viernes, 29 de febrero de 2008

DE NUEVO FLANN O'BRIEN

Reseña de La boca pobre en Culturízame, por María Aixa Sanz.

La editorial Nórdica Libros creada en el año 2006 tiene como caballo de batalla o como a un gran aliado al irlandés Flann O’Brien. Publicaron en su día la novela ‘El tercer policía’, luego: ‘Crónica de Dalkey’ y ahora se presentan en la Primavera Literaria, tiempo en que todas las editoriales queman sus cartuchos, con ‘La boca pobre’. Una apuesta segura de cara a la legión de seguidores que tiene este escritor en la península. Una vez más podemos comprobar como Flann O’Brien sigue siendo el embaucador por excelencia, el mismo que en cada historia nos hace creer lo imposible. El mismo que hace que el lector disfrute con sus absurdas e ilógicas tramas que atrapan y divierten. Con ‘La boca pobre’ una novela corta se vuelve a gozar con una maraña de seductores y disparatados personajes. Flann O’Brien relata las aventuras y desventuras de Bonaparte Ó Cúnasa y de su abuelo El Viejo Canoso, acompañados siempre de unos delirantes diálogos que hacen que la carcajada estalle con frecuencia. ‘La boca pobre’ es ejemplo de la grandeza de lo absurdo. Excelente.

El personaje se presenta en la novela de la siguiente manera:
"Ó Cúnasa es mi apellido gaélico. Bonaparte mi nombre y la mismísima Irlanda es mi patria."

miércoles, 27 de febrero de 2008

RESEÑA DE BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE

Reseña en Solodelibros

Después de haber leído “Bartleby, el escribiente” unas cuantas veces, he llegado a la conclusión, tras esta última ocasión, de que ese protagonista porfiado e incomprensible es, quizá, menos importante que su patrón y el efecto que causa sobre él. Bartleby se estudia como el arquetipo de la imperturbabilidad, del desapego absoluto ante las normas sociales, pero resulta más interesante fijarse en cómo esa impavidez suya influye en el ánimo del narrador.
Herman Melville escribió este relato en 1853; entre las narraciones del norteamericano no deja de ser una rara avis, por su tratamiento del tema y la ausencia de personajes carismáticos o fuertes. Quizá sea demasiado arriesgado, como han hecho muchos, prefigurar a Kafka (o al absurdo de Beckett o Ionesco), aunque la pasividad del escribiente bien puede recordar la imposibilidad de acción que atenaza a algunos protagonistas kafkianos. Quizá habría que limitarse a entender el tenaz estoicismo de Bartleby como un resultado de la propia existencia, más que de cualquier tipo de opresión. La resistencia del copista no es tal, sino una mera forma de enfrentarse a la vida, una cobardía innata que le incapacita para afrontar los hechos más banales, como puedan ser las relaciones personales.
Tal vez la grandeza de “Bartleby” es que prefigura al ser humano contemporáneo, atenazado por unas fuerzas —sociales, económicas— que le arrebatan su condición de animal libre y natural, privándole de la libertad que supone el elegir; el escribiente decide entre varias opciones, sí, y adopta la menos «social» (en tanto entraña el enfrentamiento con sus semejantes) de ellas, con lo que su autonomía de acción tiene consecuencias directas e inmediatas: se le expulsa del medio social en el que se desenvuelve; la sociedad le da la espalda, reniega de su comportamiento y le niega el estatus de trabajador o ciudadano.
Sin embargo, el principal problema con el copista se le presenta a su patrón, el narrador de la historia; de hecho, uno de los puntos más brillantes de este relato es la progresiva caída en la incertidumbre del innominado abogado que contrata a Bartleby. Acostumbrado a las polarizadas conductas de sus empleados más veteranos, Turkey y Nippers (tranquilo y trabajador por la mañana e irritable por la tarde el primero, viceversa el segundo), el descubrimiento de un hombre que evita cualquier contacto humano, cualquier trato más allá de lo indispensable, le sorprende en un primer momento, le irrita después y termina por desconcertarle por completo; en sus propias palabras: «No hay nada que exaspere más a una persona seria que una resistencia pasiva.» Tanto es así que, actuando de forma extrema y apocada, prefiere «huir» de sus propias oficinas antes que encarar a su empleado para expulsarle de ellas.
La turbación del narrador es también la del lector, que se ve así incluido en la historia de la mano del propio protagonista de la misma. Y esa turbación es moderna como pocas, ya que lo que el abogado no entiende no es la negativa reiterada de su empleado —el célebre «Preferiría no hacerlo»—, sino su conducta asocial, su rechazo a las normas más básicas de convivencia humana. Al igual que él, los lectores somos incapaces de comprender la forma de actuar (o, más bien, de no actuar) de Bartleby: el extrañamiento se apodera de nosotros y nos atenaza. Quizá por eso no es difícil de aceptar que el abogado abandone al copista a su suerte, aunque en su interior le compadezca y le profese cierta ternura: cualquiera podría haber actuado igual.
Esa empatía con el narrador es lo que le confiere un papel tan importante: el comportamiento del escribiente sirve como espejo en el que mirarse, para ver reflejado un punto de vista acerca del mundo que, lejos de ser propio, no es más que una imposición externa. El abogado no puede entender a Bartleby, y, en realidad, quizás nadie pueda.

domingo, 24 de febrero de 2008

Balzac y el retrato de una obsesión y de una época

Reseña de Alfonso Vázquez en La Opinión de Málaga.

“Ni los reveses sufridos por Francia, ni la primera caída de Napoleón, ni el regreso de los Borbones hubieron de distraerle de sus ocupaciones; no era marido, ni padre, ni ciudadano, solo químico”. Este párrafo describe a la perfección el ambiente que se respira en ‘La búsqueda del absoluto’, de Honoré de Balzac. Una obra que forma parte de ese gigantesco espejo de la burguesía y la Francia del primer tercio del siglo XIX que es ‘La comedia humana’
y que retrata cómo la obsesión se va apoderando de Balthasar Cläes
un modélico padre de familia de la Flandes francesa, que un buen día decide localizar el sustrato común que, según él, se puede encontrar en todos los materiales. Esa búsqueda va minando la paz
familiar y de paso las finanzas y la posición social, conseguidas con el esfuerzo de varias generaciones. Trama. Puede que el lector moderno encuentre algo lenta la trama de esta novela, que comienza con una minuciosa descripción del ‘entorno narrativo’ (la casa de los Cläes) y hasta algo ñoña la relación amorosa entre dos de los protagonistas, pero quitando estas dos ‘pegas’ nada importantes, la novela continúa teniendo fuerza y Honoré de Balzac ha conseguido realizar,
con maestría, el proceso de deterioro de una familia respetable, que se ve inmersa en el mundo material de las hipotecas y de los pagarés, por obra y gracia de Balthasar, el padre de familia, un personaje repleto de esa fuerza literaria que sólo emana de las creaciones memorables.

miércoles, 20 de febrero de 2008

RESEÑA DE LAS FLORES DEL MAL EN ABCD

Reseña de Jaime Siles de Las flores del mal.

Como ha explicado bien Marcel A. Ruff , la producción poética de Baudelaire ocupa sólo la décima parte de su obra. La restant es -como su propio autor reconoció- está dedicada a «glorificar el culto de las imágenes». A nadie extrañará, pues, que esta edición sea un diálogo entre dos formas de representación -la verbal y la plástica que ocupan una posición central en su poética . Su teoría de las correspondencias
debe mucho a las i deas de Delacroix, como Les Fleurs du Mal al pensamiento de Courbet .
Pero lo que distingue a Baudelaire es la investigación de un
tema de origen trágico que él actualizará: el del destino del
sujeto histórico moderno . Por eso -a dif rencia de Máxime Du
Camp y de otros predecesores de lo que llamará el «paganismo
de los imbéciles»- descree del progreso y se siente dividido
entre el ser y el devenir de la belleza, cuestión ésta en la que se
adelanta a Eliot y que sus ensayos intenta precisar.
Pensamiento íntimo. Su diferenciación entre una y otra ha llegado a ser clásica, como su a firmación de que «un cuadro debe reproducir el pensamiento ín imo del artista, que domina e l modelo como el creador la creación» ha marcado la estética contemporánea . El preparnasianismo de Baudelaire -expreso en la dedicatoria a Gautier , que esta edición excluye y elimina- supone una variación de lo que , el 11 de febrero de 1804 y a partir de Schelling, formulaba Benjamin Constant, ya que tanto para nuestro autor como para éste, «la poesía no tiene otra finalidad que ella misma».
Les Fleurs du Mal se inscribe, pues, en un horizonte histórico preciso que coincide, en el caso de Baudelaire, con otro muy vital: su despolitización a partir del 2 de diciembre de 1852 y sus lecturas y traducciones de Poe, que tanto le ayudarán en la reconfiguración de su poética . Ese cambio se traduce en un progresivo abandono del sistema que compartía con su generación y en un empezar a hablar «en nombre del sentimiento , de la moral y del placer», como indica en un artículo publicado en 1855, el mismo año en que, en dos ocasiones, separadas por muy pocos meses, adelanta el títul o de Les Fleurs du Mal , sugerido por su amigo Hippolyte Babou en una discusión en el Café Lemblin y que sustituye al inicial de Les Lesbiennes, propuesto en 1845, y al de Limbes, anunciado en 1848.
La culpa y la piedad. B audelaire quiere que su libro no sea una colección sino un conjunto de poemas, pero, puesto a la venta el 25 de julio de 1857, la primera edición se vio sometida a un proceso que despojó al libro de seis de sus piezas y que fue la causa de sus reordenaciones sucesivas. Verlaine veía en él la quintaesencia «de todo un elemento de su siglo», y Claudel, «la única pasión que, con sinceridad, pudo sentir el siglo XIX: el remordimiento». Hay en él un profundo sentimiento de culpa, pero no menos una piedad próxima a la religión. Por eso, según Barbey d'Aurevilly , sólo hay dos posibilidades después de su lectura: «o hacer se cristiano» o «se brûler la cervelle». Otro de los problemas que el libro plantea es el de su sensualidad, que tomando como base los ciclos en que se distribuye (el de Jeanne Duval, el de Mme. Sabatier y tal vez el de la actriz Marie Daubrun) ha llegado incluso a historiarse. Pero, como advirtió Gaut ier, las figuras femen inas que aquí aparecen son «más bien tipos que personas». La riqueza del texto es inagotable tanto por lo que arrastra -Lucano, B lake , Swedenborg, Poe, Coleridge...- como por el tonelaje poético que desplaza y que deja su huella en Darío, Santiago Rusiñol, Rilke, Picasso, Eliot, Cernuda , Lorca, Guillén, Alberti, Hemingway..., llegando hasta Gil de Biedma y Caballero Bonald. Esta edición de uno de los fundadores de la modernidad nos introduce -tanto por su espíritu como por su letra- en ese mundo de «orden, belleza, lujo, sos iego y voluptuosidad» inseparable de ese otro en que «el dolor es la nobleza única». Baudelaire
-conviene no olvidarlo- es, sobre todo, un poeta moral que revive, bajo la figura del flâneur, el tópos del homo viator .

viernes, 15 de febrero de 2008

RESEÑA DE BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE

Reseña de Ana Lorenzo en La mala hierba.

Nórdica Libros ha editado Bartleby, el escribiente, de Herman Melville, en su colección Ilustrados. No sé si ya todo el mundo conoce este precioso relato corto, que Nórdica presenta con un precioso vídeo, como es su costumbre, que pueden ver en su página web o en YouTube —me pregunto yo cuándo nos dirán qué música acompaña a las imágenes, porque es preciosa—. Esta vez varía la traducción, elaborada por M.ª José Chuliá, y a quien yo le agradezco sus notas que me evitan tener que preguntar a qué responden los motes de los copistas de la oficina o buscar a qué se debe la supresión del Tribunal de Equidad.

Como de Bartleby he oído de todo, incluso que es un relato triste, no se me hubiese ocurrido un Bartleby ilustrado, lo confieso. ¿Y si las ilustraciones hacen que veamos un relato gris? Aparte, por lo poco que había visto de las ilustraciones de Javier Zabala, no me lo imaginaba ilustrando precisamente ese relato. Vamos, que no andaba yo muy confiada; vale, confiaba en el instinto y en la sensibilidad de Diego Moreno, editor de Nórdica. Solo la ilustración de la cubierta merecería la pena. Y todas las demás. No son tristes, ni alegres: son como el relato, según vaya cada uno leyéndolo y mirándolas. No debería extrañarme porque cada vez que Diego ha unido obra e ilustrador, ha publicado una obra de arte. Excepto la pareja Jan Peter Tripp y W. G. Sebald en Sin contar, que venían ya de la mano —la obra era una: los grabados y los poemas juntos— y cuya edición es otra delicia, todos los «matrimonios» de Ilustrados emparejados han sido buscados por Nórdica y han sido un acierto. Y este es otro.

La obra es cómica en muchas de las situaciones que plantea y por la forma en que lo narra: partiendo de la descripción del propio narrador, el abogado, que desde el principio se confiesa «un hombre a quien desde su juventud le ha invadido una profunda convicción, la de que la mejor forma de vida es la más sencilla» (p. 10), y pasando luego a la forma en que nos cuenta cómo el carácter «complementario» de los dos copistas que hay en su oficina, copistas que están de servicio alterno: uno malhumorado por sus indigestiones mañaneras que solo funciona bien a partir del mediodía, en que el otro ya está borracho y no da una, mientras que el chico de los recados pasa más tiempo proporcionando tortas de jengibre que dedicado a su tarea de aprendiz, la jaula de grillos que se nos presenta y en la que va a aterrizar Bartleby no es, con mucho, la oficina de un abogado cabal. El que todos los defectos de sus empleados los pase por alto el abogado comodón da también buena cuenta de la desastrosa manera de actuar de este. Pero léanlo en boca del narrador, porque es casi tan rocambolesco como una escena de los Hermanos Marx, de verdad.

Los motivos que le mueven a contratar a Bartleby parecen más típicos de un psicólogo de selección de personal de los de hoy en día que de un abogado de entonces: «Después de unas palabras sobre sus aptitudes, lo contraté, contento por tener dentro de mi cuerpo de copistas a un hombre de aspecto tan singularmente tranquilo, lo cual, pensé, podía resultar beneficioso para el carácter inconstante de Turkey o para el carácter encendido de Nippers.» (p.24).

Una vez que Bartleby comienza a trabajar en la oficina, trabaja «[c]omo si hubiera estado tiempo hambriento de copiar, parecía atiborrarse con mis documentos. No realizaba descanso alguno para la digestión. Seguía un método diurno y otro nocturno; copiaba a la luz del sol y a la luz de la vela.» (p. 26) El primer «Preferiría no hacerlo» llega cuando le es solicitado que revise el documento original y la copia —trabajo lógico pero que al lector se le explica que no es solitario, sino que se hace en común, entre varios—. Y ¿qué hace el abogado? ¿Lo despide? No, lo deja pasar. A partir de aquí, la pelota irá creciendo como cuando va rodando en la nieve. Se vuelven a dar situaciones tan chistosas como que los otros dos copistas respondan cada uno de diferente forma según se les pregunte ante la actitud de Bartleby por la mañana o por la tarde, que el abogado se encuentre con que el copista de la resistencia pasiva tiene ocupada su oficina por las noches, que la palabra «preferir» se contagie de manera inusitada a toda la oficina (pp. 48-49).

Bartleby va ampliando el campo de lo que «preferiría no hacer». El abogado va ampliando el campo de lo que le dejaría hacer con tal de dar un sentido a su presencia en la oficina. Pero es inútil. Lo increíble es que el no-hacer de Bartleby unido al poco saber resolver del abogado lleve a este a una solución absurda de todo punto: «Como no me va a abandonar, debo ser yo el que le abandone a él. Trasladaré mi oficina. Me mudaré a otro lugar, y le haré saber debidamente que si lo encuentro en mi nuevo local procederé en su contra como si fuera un vulgar intruso.» ¿Quién de los dos es más absurdo en su proceder?

El relato continúa aún. Incluye el rumor que el abogado nos anuncia en el comienzo sobre Bartleby, un rumor que el narrador supone que explica en parte el proceder raro de este copista que «prefiere no copiar, prefiere no hacer». El mismo narrador que nos ha contado como normal todo ese mundo loco en que alguien prefiere mudarse de oficina a resolver un problema con un, según él, loco. ¿Debemos pensar entonces que ese rumor explica la conducta de Bartleby? Pueden ustedes pensar lo que quieran.

Dicen que este relato prefigura a Kafka. En cierta manera, los personajes de Kafka que se nos presentan como raros y locos, ¿no están rodeados de otros que se comportan mucho más absurdamente que ellos? Eso, desde luego, puede que le ocurra al pobre Bartleby. ¿Raro? Sí ¿Más que los que le rodean? Ni con mucho.

martes, 12 de febrero de 2008

PREMIOS NOBEL PUBLICADOS POR NÓRDICA LIBROS (II)

Reseña de Cósima, por Milagros Frías en Leer

LA VIDA EN UN PARENTESIS

Si ponemos el nombre de la autora y el parentesis biográfico de rigor (Nuoro, Cerdena, 1871-Roma, 1936), y añadimos que en 1926 recibió el Premio Nobel, gran parte de su obra literaria queda sintetizada y se explica que al escribir esta biografía novelada la autora optara por una concisión a años luz de lo que ahora entendemos por autoficción, a miles de galaxias de lo que en la actualidad constituyen los millones de blogs que reseñan existencias insustanciales.
157 páginas bastan para destilar su infancia, adolescencia y juventud restringidas por el lugar en el que nace, por la sociedad de la época que niega a la mujer el derecho a la educación a partir de los diez anos y por un patriarcado cerril que literalmente confina a las mujeres entre las cuatro paredes de la casa. Que en este caldo de cultivo y en el seno de una familia campesina acomodada, pero no burguesa ni rica, abunden los sin sabores no es de extrañar. Así, la niña y joven que fue Grazia repasa los hitos que trajeron dolor y pesar a los suyos y a ella misma, y reconoce que conforma el caudal de su inspiración: muerte del padre, alcoholismo del hermano mayor, amargura de la madre, escasez de pretendientes adecuados, desengaños amorosos propiciados par el afán de encontrarlos a toda costa y una maledicencia tan arraigada como atávica que convierte alas mujeres en víctimas y verdugos.
Deledda, inteligente y ambiciosa, tuvo el coraje de sobreponerse a este punto de partida nefasto y perseverar en la escritura que tan mala fama le proporcionaba. Para ello se convirtió en una observadora cuidadosa, en una atenta oyente de leyendas y fábulas que los criados contaban a la luz de la lumbre, y en una lectora pertinaz de la biblioteca reunida por su hermano Santus en su etapa universitaria. Al hacerlo no sólo consiguió salirse de la rutina que tanto la apesadumbraba, sino que alcanzó esa universalidad que encumbra lo particular a la categoría de literatura y sin la cual nunca hubiera conseguido superar la falta de horizontes, mucho menos obtener el preciado galardón.

En su producción, a pesar de estos condicionantes, son reconocibles las mimbres de otras obras literarias que trascendieron: para empezar la pertenencia al terruño que circunscribe las almas a los límites terrenales del mismo y que para una mujer son casi imposibles de sortear, como en la novela Kristin Lavransdatter, de la también Nobel Sigrid Undset; el luto y la castración de lo femenino, como en Bernarda Alba; la espiritualidad rayana en el panteísmo que dirige la mirada de Cósima, como la de Mrs. Moore en Pasaje a la India de E.M. Forster; los conflictos de conciencia de la joven aspirante a escritora, los de su madre por los hijos que no acaban de cumplir sus expectativas o las del hermano alcohólico tienen idéntica efervescencia que la producida en los personajes de Bergman por ese maridaje, más que típico maldita, del remordimiento de culpa difusa y la expiación como un castigo auto infligido.
Es esta una novela naturalista que sublima el paisaje can una honda exaltación que se hace extensiva a la deidad. Cósima tiene algo de la fuerza telúrica de Cumbres borrascosas apaciguada por el clima de Cerdeña, mucho más amable que el británico. La escritura se ciñe a la esencia humana, y ello Ie proporciona una hondura que nace de la sensibilidad y la emparenta con esa sensación de silencio atronador que traen al mundanal ruido los que vuelven de un retiro espiritual.

viernes, 8 de febrero de 2008

PREMIOS NOBEL PUBLICADOS POR NÓRDICA LIBROS

Reseña de La caída del Rey en la revista Leer

Johannes V. Jensen (1873-1950), escritor danés, obtuvo el Premio Nobel en 1944. Lo que, aparentemente, no le ha servido de gran cosa a la hora de la proyección en el tiempo de una obra no exenta de méritos. Que en el caso que nos ocupa tiene que ver con la temática histórica, protagonizada por Christian II, último monarca de la Unión de Kalmar, tríptico interestatal formado por Dinamarca, Suecia y Noruega. En todo caso este Christian fue un monarca espacialmente sanguinario, quien acabó siendo recluido en el castillo de Sondeborg (Dinamarca). Jensen es autor que domina el enfoque psicológico, de manera que lo suyo es ahondar en personajes, creando auténticos retratos pormenorizados. Ello, junto a su versatilidad a la hora de narrar la historia como fue, pero también como pudiera haber sido, lo convierte en un escritor de primera fila, demasiado ignorado en nuestro país, hasta el extremo de figurar sólo en antologías de premios Nobel. Esperemos que la publicación de esta novela sirva para poner las cosas en su sitio.