sábado, 17 de enero de 2009

RESEÑA DE CHAVLES DEL ARROYO

Reseña de Chavales del arroyo, por Mercedes Monmany en ABCD.

Cuando Hans Magnus Enzensberger reunió en 1990 una antología de infrapaisajes de la posguerra europea (Europa en ruinas. Testimonios oculares 1944-1948) que incluía textos de Martha Gellorn, Edmund Wilson, Stig Dagerman, Alfred Döblin o Max Frisch, entre otros, no incluyó curiosamente a ningún autor italiano, ni siquiera a Malaparte y su magnífica La pelle. En su intento de recordar a los actuales ciudadanos europeos que tan sólo «cuarenta y cinco años nos separaban de unas condiciones de vida que hoy nos hemos acostumbrado a designar como propias de África, Asia o América Latina», Enzensberger había pasado por alto una obra fundamental, de una desgarradora y violenta belleza lírica, un gran clásico del pasado siglo en lengua italiana: la novela Ragazzi di vita, de Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Roma, 1975), título traducido de diversas formas con anterioridad y ahora recuperado, en una estupenda y nueva edición, como Chavales del arroyo.

¿Tiene vigencia leer hoy a Pasolini? En el caso de esta maravillosa y feroz primera novela, habría que decir inmediatamente que sí. Absoluta y permanente es la vigencia que sigue irradiando un genio sin parangón como este voraz creador de múltiples registros, trágicamente desaparecido en la playa de Ostia. Alguien que, expulsado del Partido Comunista y dejando atrás la enseñanza de sus primeros años, emprendería el exilio desde su tierra natal hacia Roma en los años 50.

Pequeñas patrias. Inmediatamente, la ciudad de Roma se convertiría en su centro neurálgico y poético, místico y secularizado. Un ónfalos de un realismo violento y tenebrista a lo Caravaggio, pintor por el que tendría devoción, que dominaría ya para siempre la mayor parte de su literatura, desde su descarnada prosa poética hasta célebres películas como Mamma Roma o Accatone. Algo que, por otro lado, no se alejaba mucho de su sueño de resucitar «pequeñas patrias» periféricas e idealizadas en trance de desaparición. Unas patrias que se referían tanto a su obra inicial de poeta en dialecto friuliano como al idioma o jerga propia, autóctona, usada a diario en guetos marginales o en suburbios urbanos de una Roma en constante mutación y reabsorción, magistralmente descritos en Chavales del arroyo.

Poeta, cineasta, pensador y polemista, fustigador de la clase política, autor de ensayos y de novelas que significaron en su momento sonoros escándalos, como Chavales del arroyo (1955) o Una vida violenta (1959; Seix Barral, 2003), que luego se convertirían en clásicos modernos de la lengua italiana, Pasolini encarnaría siempre para muchos una serie de cualidades, como la de ser a un mismo tiempo homosexual, marxista y cristiano, que se volvían para muchos incómodas o directamente insostenibles al mostrarse juntas y revueltas. Su vocación irreprimible de provocar y subvertir cualquier tópico ideológico en curso quedaría demostrada en volúmenes feroces como Escritos corsarios. Entre sus muchas opiniones asistemáticas estuvo la de decir, en pleno 68, que prefería las fuerzas del orden a los manifestantes, ya que las primeras provenían de las filas de la plebe y las segundas tan sólo de las de la burguesía.

Siempre hambrientos. Novela que cubre un arco de tiempo que va desde la Roma aún ocupada por los alemanes en 1944 hasta diez años después, en 1954, en lo que sería llamada «la segunda posguerra», Chavales del arroyo narra las aventuras y la dura lucha por la sobrevivencia de un grupo de pequeños delincuentes y jóvenes pertenecientes a eso que los sociólogos encuadrarían en el subproletariado o lumpen urbano propio de los alrededores de las grandes capitales.

En aquellos jóvenes Pasolini veía esa pureza asocial y salvaje de lo humano en estado puro, aún sin domesticar, que siempre le fascinaría y que en su obra representaría la construcción mítica, cultural, más que puramente neorrealista, de una especie de «saga de los jóvenes», como la llamó en su día el francés Foucault. Es decir, jóvenes desarraigados, marginales, de todas las épocas, desde la Edad Media o la Roma y la Grecia antiguas, que la sociedad jamás había logrado integrar. Chavales casi siempre hambrientos, algunos de ellos medio tísicos, a los que en la áspera novela de Pasolini, capitaneados por el protagonista, Ricetto, vemos jugando y bañándose en las aguas sucias del Tíber, traficando y merodeando por los barrios bajos, sin hacer aparentemente nada; tan sólo robando chatarra, recogiendo colillas en las estaciones o planeando pequeños «golpes» y hurtos insignificantes.

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