martes, 10 de febrero de 2009

NACIDO PARA EL PLACER Y EL DOLOR

Reseña de Iluminaciones en la sombra en Público, por Carlos Pardo.

Lo que de verdad dio fama al príncipe de los poetas modernistas, al exquisito Alejandro Sawa (1862-1909), fue su muerte. Cosa común, morir, pero es que a Sawa no le reconocieron su originalidad –nació en Sevilla, viajó al París de Verlaine, escribió obras bohemias y fue el más maldito de los malditos– hasta que no hubo fracasado como se esperaba de un artista maldito: con una muerte en la indigencia. “Tuvo el fin de un rey de tragedia. Murió loco, ciego y furioso”, diría su amigo Ramón María del Valle- Inclán, que lo inmortalizó como el inolvidable Max Estrella de Luces de bohemia. Sawa vivió en París los años de eclosión del movimiento simbolista, germen de lo mejor de la literatura de vanguardia y del peor alcoholismo. En aquel París poseído por el hada verde de la absenta, dicen que Sawa conoció a Victor Hugo, que éste le dio un paternal beso en la frente y que no volvió a lavársela. Él lo desmentía con tanto ímpetu, que siguió haciéndolo cuando la anécdota se había olvidado... En París, el sevillano vivió de una marquesa y conoció a la élite de los poetas malditos, capitaneada por el borracho mayor Paul Verlaine. Fue una de las estrellas del fin de siècle y, como pedían los decadentes, hizo de su vida una obra de arte cuyo acto final, con esposa e hija francesas, representó en España. Años malditos La verdadera maldición sería volver a Madrid, una ciudad provinciana en la que Sawa, con un aristocrático acento francés, sobrevivió escribiendo trabajos por encargo e incluso, dicen, como negro de su amigo Rubén Darío. También en Madrid comenzó una de las obras maestras menos conocidas de la literatura española, Iluminaciones en la sombra, crónica de su hundimiento personal y de la capitulación
del mundo bohemio. Recuperado por la editorial Nórdica con un jugoso prólogo de Andrés Trapiello, Iluminaciones en la sombra es un diario que comienza con el primer día del siglo y va dando cuenta del contraste entre la mediocridad de la capital española (“La gente española se apresta a celebrar en 1908 el aniversario de su independencia. ¿Independencia de qué?”) y del
hedonismo parisino. También presenta curiosas semblanzas de los protagonistas del modernismo, desde Baudelaire hasta los españoles Pío Baroja y Manuel Machado, y un pequeño
autorretrato demoledor en el que se define como “la caricatura, no siempre gallarda, de mí mismo”. Como apunta Trapiello, Iluminaciones en la sombra “es el primer gran diario de intimidad literaria de la literatura moderna española”. Y sorprende que este libro publicado
un año después de la muerte de Sawa, con una cariñosa introducción de Rubén Darío, haya sido hasta ahora inencontrable en las librerías, haciendo honor a su título. Esta recuperación con motivo del centenario de su muerte en 1909, junto a la biografía de Amelina Correa Alejandro
Sawa. Luces de Bohemia (Fundación José Manuel Lara) hacen justicia a Sawa cuando parecía condenado a ser, para siempre, Max Estrella. Es curioso que el hermoso vencido sea el origen de dos obras maestras: Luces de Bohemia y el epitafio que le dedicó Manuel Machado, uno de los poemas preferidos de Gabriel Ferrater y Jaime Gil de Biedma: “Jamás hombre más nacido/ para el placer, fue al dolor/ más derecho”.

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