Hace tiempo que no leía una novela tan disparatadamente divertida como “La boca pobre”, segunda novela escrita por el sin par Flann O’Brien.
“La boca pobre” está escrita con el estilo característico del irlandés, donde la voz del protagonista es la que narra la historia con un estilo florido y amanerado que choca de forma rotunda con lo que de los orígenes y trayectoria del personaje vamos conociendo. Y este es el primer juego que el autor propone, y que sin duda contribuye a la peculiaridad de sus novelas: que el lector dude de la figura del narrador y, en el fondo, no lo tome muy en serio, aceptando que tal vez está siendo engañado a cambio de pasar un buen rato.
Y si “El tercer policía” y “Crónica de Dalkey” resultan un prodigio de imaginación y, por qué no decirlo, de fantasía, “La boca pobre” es un delirio de ironía e ingenio, aunque también hay lugar para las increíbles invenciones de O’Brien.
“La boca pobre” es una parodia de los libros que a principios del siglo pasado se publicaron en Irlanda, describiendo la tradicional pero miserable vida de los buenos irlandeses, así como una parodia de las ligas para el estudio de lo gaélico que surgieron por doquier y que, mientras investigaban la lengua y tradiciones irlandesas, prestaban escasa atención a las paupérrimas condiciones de vida de los estudiados que, por parecerles algo verdaderamente típico, consideraban que no debían cambiarse.
Sobre esa base construye O’Brien una novela que reproduce uno por uno los tópicos que llenaban las novelas que parodia. Su protagonista, Bonaparte O’Cúnasa, nos describe su vida en Corca Dorcha, una ficticia región irlandesa reducto de todo lo verdaderamente gaélico, dándonos a conocer su casa miserable, su familia, su primer y único día de escuela, sus relaciones con los vecinos y las distintas aventuras que jalonan su existencia de verdadero irlandés. Pero su casa, su familia, sus vecinos y toda su vida están descritos, con gran mordacidad, para que se ajusten al tópico:
Vivíamos en una casa pequeña, encalada y poco saludable, situada en un rincón del valle a mano derecha según se va al este por el camino. […] Siempre fue el perpetuo destino de los verdaderos irlandeses habitar (si han de ser creídos los libros) en una pequeña casa encalada metida en un rincón del valle según se va al este por el camino […].
Y “La boca pobre” nos enseña cómo, igualmente, el destino de los verdaderos irlandeses siempre era, y sólo podía ser: criar cerdos, empaparse bajo los aguaceros que caían cada noche, comer patatas, llevar pantalones grises en la niñez, que el primer día de escuela un profesor que no hablaba gaélico les cambiase su nombre por el de Jams O’Donnell. Cada diálogo y cada reflexión de los personajes que intervienen en la historia cumplen la función de demostrar que todos son verdaderamente gaélicos, con sus «Válgame Dios» y sus «No habrá otros como nosotros».
Pero tampoco faltan en la historia las figuras de aquellos estudiosos que recorrían los caminos, gramófono en mano, buscando entrevistar a los ancianos de lugar para que en buen gaélico les contasen las historias de antaño. Aunque, en el fondo de una casa oscura, confundiesen a un cerdo vestido con pantalones grises con un anciano algo achispado y grabasen sus ronquidos felicitándose por haber obtenido una nuestra del gaélico más incomprensible, el de mejor calidad.
A estas estrafalarias historias se mezclan las increíbles peripecias de O’Cúnasa y sus vecinos, al más puro, fantasioso y delirante estilo O’Brien. Y el resultado, como no podía ser de otra manera, es una novela divertida, original e inteligente.
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