martes, 21 de julio de 2009

BICENTENARIO NACIMIENTO GÓGOL

Nórdica Libros reedita en el bicentenario del nacimiento de Gógol 'Vi', uno de los relatos 'más originales'

SEVILLA, 26 (EUROPA PRESS)

El sello editorial Nórdica Libros, coincidiendo con el bicentenario del nacimiento de Nikolái Gógol, publica uno de los "relatos más originales y menos conocidos" del autor ucraniano 'Vi', que ha contado para esta edición con la traducción de Víctor Gallego y con la labor "magnífica" de ilustración de Luis Scafati.

Según informó la editorial a Europa Press, el propio autor definió su obra como "una creación colosal de la imaginación popular, pues los ucranianos designan con ese nombre al jefe de los gnomos, cuyos párpados llegan hasta el suelo, haciendo de todo el relato una leyenda popular".

En este sentido, señaló que el cuento está lleno de "elementos terroríficos y espectrales, destacando el maravilloso pulso narrativo de Gógol". El argumento muestra a los lectores la condena de un inocente, al que sólo se le puede reprochar haber tenido un sentimiento ajeno a un verdadero cosaco, el miedo.

Tolstói, aunque incluyó 'Vi' en las lecturas recomendables entre los 14 y los 20 años, lo calificó como "uno de esos textos que causan una impresión enorme". Muchos años después, el crítico norteamericano Edmund Wilson, señaló a Gógol como "el más grande escritor de cuentos que son a la vez de horror y de problemas psíquicos o morales", comparándolo con Egdar Allan Poe, Hawthorne y Melville, y manifestó que 'Vi' es "un cuento de los más terroríficos especímenes de su clase jamás escrito".

Nikolái Gógol, nacido en Ucrania, los 19 años se trasladó a San Petersburgo para intentar, sin éxito, labrarse un futuro como burócrata de la administración zarista. Entre sus primeras obras destacan 'Las veladas de Dikanka', 'Mirgorod' y 'Arabescos'.

En 1836 publicó la comedia 'El inspector', una sátira de la corrupción de la burocracia que obligó al escritor a abandonar temporalmente el país. Instalado en Roma, en 1842 escribió buena parte de su obra más importante como 'Almas muertas', donde describía sarcásticamente la Rusia feudal. También en ese año publicó 'El capote', obra que ejercería una enorme influencia en la literatura rusa.

miércoles, 1 de julio de 2009

LA PRINCESA DE CLÈVES


Publicada en 1678, La Princesa de Clèves es la primera novela psicológica moderna. Se trata de la historia de una pasión amorosa irrealizable, en la que se muestra de manera magistral la vida interior, los atisbos de felicidad, las soledades y los repentinos abandonos de un alma en la que combaten los más contradictorios sentimientos. La princesa, casada con el señor de Clèves, a quien respeta y admira, pero no ama, descubrirá la pasión por otro hombre y la confesará a su esposo, lo que dará lugar a los más desdichados sucesos. La protagonista se rebela contra las convenciones del amor cortés, que hacen imposible la relación con su amado, el señor de Nemours.
La novela, además, nos acerca al apasionante ambiente político de la Europa del siglo XVI.

martes, 16 de junio de 2009

La literatura nórdica vive su año en la Feria del Libro de Madrid

Noticia de la Agencia EFE:

Con Stieg Larsson como mejor embajador, la literatura nórdica vive su año en la Feria del Libro y desata pasiones entre los lectores. La clave del éxito no solo reside en la novela negra, sino en unos escritores que saben como pocos adentrarse en miserias sociales globales de forma directa, amena y poética. Fue hace un año cuando Stieg Larsson y su primera parte de la trilogía Millenium "Los hombres que no amaban a las mujeres" irrumpieron en España. Dos años antes, lo habían descubierto en Francia e Italia, donde llevan tiempo traduciendo literatura nórdica con éxito de venta.

A España ha tardado más en llegar debido en gran parte a la escasez de traductores, aunque Diego Moreno, editor de Nórdica, una de las siete editoriales independiente que agrupa la Asociación Contexto, no duda del éxito y la importancia que adquirirán en uno o dos años los escritores de los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Suecia, Islandia, y Noruega). "Es una de las mejores literaturas del mundo, es amena y a la vez muy interesante porque habla de problemas sociales y sentimientos profundos de forma asequible", explica a Efe Moreno, quien asegura que gracias al empuje de Stieg Larsson y Henning Mankell, ambos suecos y escritores de novela negra, los lectores están comenzando a a dar el salto al resto de géneros. Precisamente, es el modelo desarrollado de la sociedad nórdica no exenta de conflictos como el del maltrato a la mujer lo que, en opinión de Moreno, más llama la

atención al lector. "Son países que admiramos pero gracias a su literatura descubrimos problemas comunes a los nuestros". Uno de los datos que mejor atestigua este 'boom' nórdico es el número de títulos. Hace apenas dos años, se contaba con los dedos de una mano los libros de cada uno de estos países; "Hoy se ha multiplicado por diez", señala a Moreno, que sitúa en los años sesenta el inicio del fenómenos de esta literatura. Entonces se publicaba mucho pero con poco éxito porque las ediciones no eran muy buenas hasta principios de los noventa cuando el noruego Jostein Gaarden con "El mundo de Sofía" y los primeros casos del inspector sueco Kurt Wallander de Mankell revolucionaron la literatura nórdica en España. "Ahora hay una tercera oleada", dice Moreno, y esa parece ser de la que no se ha bajado Mankell pero a cuya cresta se ha subido como ninguno Larsson en compañía del islandés Arnaldur Indridason que con "La mujer de verde" ha vendido en una semana de feria más de cien ejemplares solo en la caseta que la edita en castellano, RBA, según cuenta a Efe Ester Romero, una de las comerciales.También en RBA triunfa el matrimonio sueco de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, verdaderos inspiradores de la novela negra escandinava en los años sesenta y que este año despuntan en la Feria del Libro de Madrid con la serie de su inspector de policía Martin Beck. A partir del éxito de Larsson, las editoriales han apostado abiertamente por los nórdicos, sobre todo de novela negra: Camilla Lamberg, Jens Lapidus, Asa Larsson o John Ajvide Linqvist pueden verse en muchas casetas. Ajenos a lo criminal pero impulsados gracias a ello, "el lector se está enamorando de otros escritores de primer nivel", afirma Moreno. Como "imprescindibles", el finlandés Arto Pasilina, el noruego Kjell Askildsen o Sjon, quizá el escritor más importante de las letras islandesas actuales. De éste último, "El zorro ártico" y una selección de relatos de escritoras nórdicas actuales con el título "Mujeres de los Fiordos", son dos de los libros que están teniendo más éxito en la caseta de Nórdica donde recomiendan las "Cartas finlandesas" de Ángel Ganivet para adentrarse en el paradigma de la sociedad nórdica. Entre las escritoras femeninas se ha abierto un hueco en las ventas de esta feria "El Festín de Babette" de la danesa Isak Dinesen, conocida por "Memorias de África".

lunes, 15 de junio de 2009

NIKOLÁI GÓGOL: VI

Coincidiendo con el bicentenario del nacimiento de Nikolái Gógol publicamos uno de sus relatos más originales y menos conocidos: «Vi». El mismo autor señala que «Vi es una creación colosal de la imaginación popular. Los ucranianos designan con ese nombre al jefe de los gnomos, cuyos párpados llegan hasta el suelo. Todo este relato es una leyenda popular». El cuento está lleno de elementos terroríficos y espectrales, destacando el maravilloso pulso narrativo de Gógol. El argumento nos muestra la condena de un inocente, al que solo puede reprochársele haber tenido un sentimiento ajeno a un verdadero cosaco: el miedo.
Tolstói, aunque incluyó «Vi» en las lecturas recomendables entre los 14 y los 20 años, lo calificó como uno de esos textos que causan una «impresión enorme». Muchos años después, el crítico norteamericano Edmund Wilson, calificó a Gógol como el más grande escritor de cuentos que son a la vez de horror y de problemas psíquicos o morales (comparándolo con Poe, Hawthorne y Melville), y calificó a «Vi» como «un cuento de vampiros, uno de los más terroríficos especímenes de su clase jamás escrito».
Este relato de Gógol, que nos atrapa de principio a fin, está magníficamente ilustrado por Luis Scafati.

lunes, 1 de junio de 2009

HANS CHRISTIAN ANDERSEN: EL IMPROVISADOR

El 9 de abril de 1835 apareció en Dinamarca la primera novela de Hans Christian Andersen: El Improvisador. Fue la primera novela moderna, de tema contemporáneo, en el país nórdico. Andersen se basó, como casi en toda su obra, en sí mismo para escribir este libro. En la novela nos acercaremos al alma del autor y encontraremos también muchos elementos que aparecerán una y otra vez en sus cuentos: quien los conozca podrá reconocer personajes, aventuras y sucesos que asoman por sus relatos más famosos; incluso el patito feo está por todas partes, como Antonio-Andersen. La lectura de El Improvisador, sin duda, nos hará entender mucho mejor de dónde surgieron sus conocidos cuentos.
Finalmente, podemos señalar que el libro, además de una novela contemporánea, y de una especie de autobiografía espiritual y literaria, es también un libro de viajes. Los itinerarios que sigue Andersen por Italia se pueden reproducir hoy mismo. Las aventuras del protagonista por las calles de Roma, Nápoles, Venecia, Milán... nos permiten adentrarnos en la Italia del siglo XIX.
Por todo esto es un placer presentar, por primera vez en España, esta obra clave para entender el genio literario de Hans Christian Andersen.

sábado, 25 de abril de 2009

HARRY MARTINSON: ENTRE LUZ Y OSCURIDAD

En 1974 Harry Martinson recibió el premio Nobel de Literatura, y la Academia sueca justificó su concesión: «Por una poesía que refleja la totalidad del Universo en una gota de rocío». Este libro recoge lo mejor de la obra poética de Martinson, donde se funde lo más grande y lo más pequeño. Lo mínimo es capaz de contener el Universo. En su caso, también se cumple la afirmación de que el autor más local se convierte en el más universal.
Martinson se interesa en su obra por una gran cantidad de temas: desde las consecuencias de la técnica y el progreso hasta la flor más pequeña; de sus viajes por todo el mundo («En este momento estoy pelando patatas en el corazón del Congo») a los bosques de su tierra. Pero especial importancia tiene en su obra la Naturaleza, que pocas veces ha sido descrita con tanta belleza. Destaca la precisión y la minuciosidad de los más mínimos detalles, rasgo tomado de la lírica china.

«Elegí cantar a las cosas pequeñas,
a los marineros que trepan por las briznas de hierba
y al fuego del carbón de las luciérnagas en la hierba.
Porque bajo la hierba descansaré un día,
con los pequeños faroles de las luciérnagas a mi alrededor
y el viento soplará de acá para allá
con los cantos de los grillos
y los sonajeros de los álamos temblones».

Harry Martinson

jueves, 23 de abril de 2009

BARCELONA PARA NIÑOS

Soñando ciudades es una sorprendente colección con la que los niños recorrerán las principales ciudades del mundo. Cada libro está ilustrado por un artista diferente y, además, todas las páginas son desplegables.
En esta ocasión es Javier Zabala quien nos lleva de paseo por Barcelona.

miércoles, 1 de abril de 2009

MUJERES DE LOS FIORDOS

Esta antología que tenemos entre las manos nos presenta a diez escritoras noruegas contemporáneas, de entre 35 y 85 años, pertenecientes a generaciones y credos literarios muy diversos, pero en las que tal vez podamos también intuir algunos rasgos comunes. Como casi siempre en la literatura, también en estos relatos el tema recurrente son las relaciones humanas. En todos estos cuentos encontramos luces y sombras, otro de los rasgos característicos de la literatura noruega de todos los tiempos. Por lo general, melancolía y realismo aparecen como dos caras de la misma moneda. Los personajes de estos relatos son hombres y mujeres de carne y hueso, con sus anhelos y sus traumas, sus ilusiones y sus decepciones, y una terca búsqueda de algo que proporcione sentido.
Cada relato está traducido por un traductor diferente, lo cual pensamos que proporciona una riqueza especial a la antología: diez escritoras y diez traductores, entre los cuales hay tanto latinoamericanos como españoles, cosa que se refleja también en el lenguaje final de los relatos, en los que se ha querido respetar las diferencias y la riqueza de esta lengua que hablamos tantos pueblos distintos.

viernes, 20 de marzo de 2009

FLANN O'BRIEN: LA VIDA DURA

No es que haya conocido a mi madre solo a medias.
Conocí solo la mitad de ella, la mitad inferior…


A la casa del señor Collopy llegan dos niños huérfanos. Mientras el señor Collopy se dedica a una misteriosa y humanitaria labor en favor de las mujeres, los chicos crecen entre los aromas del buen whisky y de la mala cocina. Manus, el hermano, pronto demuestra ser un maestro en los negocios. De enseñar por correspondencia cómo caminar sobre la cuerda floja en el Dublín eduardiano, pasa a instruir a la población y al mundo de forma más ambiciosa en su «Academia Universal Londres». Finbarr, el menor, observa y espera. Una ligera enfermedad hace que el señor Collopy tome un medicamento preparado por Manus, pero sus efectos resultan ser inesperadamente gravosos. En compañía de un amigo, el señor Collopy emprende un viaje a Roma en busca de alivio. Las secuelas, sin embargo, echan por tierra sus aspiraciones...

sábado, 7 de marzo de 2009

SOMBRAS DE LA BOHEMIA

Artículo de Juan Manuel de Prada en ABCD

Hubo un momento, hacia finales del siglo XIX, en que bohemia fue sinónimo de arte: los jóvenes alevines de escritor que llegaban a Madrid, peregrinos desde la periferia, dispuestos a conquistar a dentelladas la Puerta del Sol, entendían su vocación como una suerte de martirio fatal. Llegaban sin más munición que sus endecasílabos y sin otra trinchera que la intemperie, con cuatro lecturas mal digeridas de Baudelaire y un convencido furor anarquista que luego se iría decantando hacia la amargura o el mero resentimiento. La vida bohemia (si es que la miseria y el hambre y los fatigosos amaneceres en tabernas inmundas merecen el nombre de vida) constituía un ideal de pureza, enmarañado de musas andrajosas, en cuyas redes perecieron muchos de aquellos jóvenes. El sevillano Alejandro Sawa, de quien ahora celebramos el centenario de su muerte, fue quizá el miembro más valioso -y desde luego, el más distintivo, por carácter y estampa- de una generación de escritores de diverso pelaje que intentaron trasladar a nuestras letras el clima de naturalismo bronco, músicas simbolistas y novela socializante que, por entonces, se respiraba en Francia.

En las alcantarillas. Todos ellos encarnaban (a la fuerza ahorcan) la figura del desheredado de las letras: repudiados por una sociedad filistea que no comprendía su arte, tuvieron que refugiarse en las alcantarillas de la marginalidad y, desde allí, enarbolar la bandera de una literatura contestataria y disolvente.

Recién llegado a Madrid, el joven Alejandro Sawa -a quien todos sus contemporáneos coinciden en retratar como un hombre apolíneo y nacido para el placer- comienza a prodigar su pluma en la Prensa y a pasear su estampa de Byron proletario por los chiscones de la capital. De esta primera época datan un puñado de novelas de tono tremebundo en las que denuncia las calamidades de una época asfixiada por el atraso, la lenidad de los políticos, el abandono inhumano de las clases populares y el clericalismo más obtuso. Hoy todas ellas amueblan los atestados anaqueles del olvido; pero en su día fueron muy celebradas en los círculos anarquistas. La primera de todas, La mujer de todo el mundo (1885), nos anticipa su asunto desde el mismo título; a ésta seguirán Crimen legal (1886), Declaración de un vencido (1887) y Noche (1888), todas ellas inmoderadas en su mezcolanza de romanticismo socializante y naturalismo atroz, todas ellas salpimentadas de un anticlericalismo bronco y propenso a la caricatura.

Con apenas veinticinco años, Sawa decide emigrar a París, aplastado por la cerrazón ambiental española, contra la que nunca dejaría de arremeter hasta descornarse. En París, aturdido de absenta y de noches peripatéticas, entablará contacto con simbolistas y parnasianos. A su regreso a Madrid, allá por 1896, se convertirá en el primer divulgador de los versos de Verlaine; también en la diana de las burlas más o menos eutrapélicas de sus coetáneos. Sobre Sawa circularon leyendas de tono más bien escarnecedor en vida (a la pluma acre de Bonafoux se debe la más divulgada de todas ellas, que mezcla la devoción a Victor Hugo con la desidia higiénica); y su muerte, sobrevenida en circunstancias de extrema penuria, acabaría convirtiéndolo a él mismo en leyenda, gracias sobre todo a Valle-Inclán, que lo hizo protagonista de Luces de bohemia.

La única tinta. Sawa, que había nacido para el placer, fue derecho al dolor, como las polillas van derechas a la luz que las calcina: tal vez porque el dolor es la única tinta en la que podía mojar su pluma; tal vez porque el dolor le recordaba, cuando el frío le corroía las entrañas, que hubo una primavera anticipada y nunca cumplida, allá en el Barrio Latino de París. Hostigado por una ceguera que le obligaba a dictar sus artículos a su abnegada mujer, Jeanne Poirier, el brío de su escritura fue declinando paulatinamente, hasta que hubo de conformarse con ganarse las lentejas como negro de los artículos que Rubén Darío publicaba en La Nación de Buenos Aires. Sería precisamente Rubén quien apadrinaría la publicación póstuma de Iluminaciones en la sombra (1910), una suerte de dietario en el que Sawa alterna la clarividencia amarga del perdedor con esa suerte de resignación conmovedora de quienes entregan su vida a un ideal esquivo, tal vez inalcanzable.

Iluminaciones en la sombra, que ahora rescata la editorial Nórdica con presentación de Andrés Trapiello, es un libro misceláneo, donde evocaciones y aforismos, semblanzas y divagaciones estéticas se alternan, despojadas de aquellos artificios hueros y apóstrofes un tanto meningíticos que caracterizaron las entregas juveniles de Sawa. Un libro lacerado por el dolor, tembloroso en ocasiones y en ocasiones áspero, donde el talento del autor se levanta sobre las tinieblas de una vida derruida y brinda su mejor llama, antes de extinguirse en las sombras de la bohemia.

domingo, 1 de marzo de 2009

El escritor que murió de hambre

Artículo de Gregorio Morán en La Vanguardia

La literatura española no es muy variada en muertes. Hay algunos suicidas; pocos, si tenemos en cuenta que es un oficio cuya singularidad asume cierto desquiciamiento. Algunos creen que eso revela la huella de la genialidad, pero no es cierto. Se han suicidado más escritores sin talento que geniales. Todo escritor, por esencia, es un tipo raro, porque si fuera normal se dedicaría a profesiones más sanas, seguras y acrisoladas. Muchos murieron en la cama, de viejos, y cuanto más idiotas estaban, más los celebraron. Luego figuran y desde hace mucho los académicos de la Real, que son gente que vive de la pluma -tomando esta en un sentido muy laxo- pero que por suerte para la literatura no viven de ella, aunque lo hagan parecer.

No recuerdo de ningún académico de la Lengua Española que se haya suicidado; primero porque son gente más consolidada que los bonos del Tesoro, y por si fuera poco, nada propensa al mal de amores, por razones de edad y patrimonio. Fueron famosas las inclinaciones hacia el lupanar y la timba de algunos de ellos, pero eso no mata a nadie. Hay algunos escritores, y grandes, que cayeron por excesos con el alcohol y las malas compañías sexuales, pero fueron muertes lentas, casi mansas y aceptadas. De miseria y abandono, muchos. Pero de hambre, lo que se dice de hambre, yo sólo conozco a Alejandro Sawa.

Las singularidades de nuestra historia, con el conservadurismo en dominante hegemonía -palabra finísima con la que aquellos que procedemos de la izquierda radical, espurios herederos de Gramsci, solemos designar al aplastante dogmatismo de la Iglesia católica española durante siglos-, ha consentido que en los libros de enseñanza de la literatura del siglo XX figurase el padre Coloma, modesto jesuita al que sus colegas de compañía volvieron tarumba, autor de auténticas bazofias de prosa alambicada, cursi y retorcida, como Pequeñeces y Jeromín, ilegibles hoy salvo para sadomasoquistas, y sin embargo no aparecen plumas que aún pueden leerse con placer y benevolencia. Por ejemplo, Alejandro Sawa, que no fue un gran escritor pero que sí consiguió páginas periodísticas notables, media docena de novelas valientes -alguna de ellas con pretensiones- y la adaptación teatral de una novela de Alphonse Daudet que obtuvo gran éxito, Los reyes en el destierro.

Hay escritores que sin ser grandes por su obra son sin embargo figuras de primer orden en el paisaje literario de un país. Alejandro Sawa es para la literatura española eso, una personalidad que exige ser estudiada, porque con él y su entorno está gran parte de la mejor literatura que se hará en España en el filo entre el XIX y el XX. Sevillano, seminarista en Málaga, aspirante a lo que fuera en Madrid, Sawa -curioso apellido, que nos remite al gran escritor de Trieste, Umberto Saba, y a un vago aire grecoturco de Salónica-Esmirna- va a recoger en su biografía elementos insólitos para nuestra apocada cultura finisecular.

Lo primero es que viaja, y no sólo a Soria, a Palencia o a Barcelona -donde estará en varias ocasiones-, sino a Londres, a Roma, a Spa. Importante Spa, porque esta decadente población belga que dará nombre a toda esa modernez que ahora toma su prestigio, era lugar de atracción, no especialmente por sus baños y jaleas, sino por su ruleta. ¡Oh, el casino de Spa! Alejandro Sawa, que apenas tendría un duro en toda su vida, se jugará los de todos los incautos matrimonios ricos que osaran creer sus brillantes exposiciones sobre el método infalible para hacer saltar la banca. Como Leopoldo Alas, Clarín, como tantos otros de su época, Dostoyevski sin ir más lejos, Sawa está mordido por la fiebre del juego.

Pero la ciudad por excelencia de su vida ha de ser París. La capital del mundo en el momento crepuscular de la bohemia; a punto de hacer una literatura de señores, y convertir a los autores en unos señores de la literatura. Lo que va a marcar de un modo indeleble la vida de Sawa va a ser la amistad, y hasta la camaradería y la complicidad, con uno de los grandes, Paul Verlaine. No es poca cosa verle todos los días en el café, hablar con él, compartir opiniones y borracheras, etílicas y de lo que fuera, porque ninguno hizo ascos a nada. Y quien dice Verlaine, debe añadir aquel mundo de la bohemia, que de alguna manera termina en él, por más que se prolongue en las grandes tertulias parisinas que tanta importancia habrán de tener en todos los campos de la creación artística hasta la primera gran guerra.

Pasar del duro y brillante París al frío de pana madrileño debió de ser duro, y más viniendo casado y con una hija. Pero al principio funcionó, y Sawa se convirtió en un habitual de los diarios y publicaciones capitalinas, con cierta notoriedad, resaltada por su aspecto imponente, hermoso y seductor; cachimba en boca, melena suelta y dos perros en traílla. Pero, entre que nuestro hombre se fue radicalizando y que siguió con las costumbres parisinas, su espacio se achicó. En un estudio a propósito de Sawa, Iris M. Zavala, que le reeditaría sin ningún éxito en 1977, escribió que “la nueva bohemia finisecular es un ´proletariado artístico´ de aguerridos combatientes”, y es tan cierto como que sus condiciones de subsistencia estaban en la linde entre pobreza y absoluta miseria.

Desde 1905, la ceguera progresiva, que al año siguiente será total, convertirá a Sawa en un personaje patético, subsistiendo a base de sablazos y trabajos de negro literario, como los seis artículos que hará para Rubén Darío, que aparecerán en La Nación de Buenos Aires, y que este tendrá la desvergüenza de no pagarle. Su mujer, la borgoñona Jeanne Poirier -Santa Juana, para los amigos-, conseguirá algún dinero ejerciendo de comadrona, mientras Alejandro parece empeñado en hacer realidad la consigna que su amigo Valle-Inclán escribió en La lámpara maravillosa y que se había convertido en lema: “Poetas, degollad vuestros cisnes y en sus entrañas escrutad el destino”. El de Sawa se exhibía más negro que la pez. Su último intento se redujo a tratar de publicar un libro, el resumen de su mejor obra periodística, que titularía Iluminaciones en la sombra y que no conseguiría editor. Empeñará todo lo que le queda para editarlo por su cuenta, pero necesitaba mil pesetas y él sólo consigue seiscientas. Le pedirá a Rubén Darío, recién nombrado ministro plenipotenciario en Madrid y que no le hará ni caso, esas cuatrocientas que le restan para la gloria. Será necesario que se muera y le metan entre tablas cajoneras -con tan mala fortuna, que uno de los clavos le rozará la sien y al muerto le correrá un reguero de sangre junto al rostro, impregnando la escena de un tono aún más tétrico- para que pueda llegar a la posteridad con la dignidad tronada de un proletario de la bohemia.

Valle-Inclán, que asistirá a esta última escena, con la viuda y la niña, se quedará tan impresionado que exigirá a Rubén el apoyo, y un prólogo, para la edición póstuma de las Iluminaciones en la sombra.Un libro sentido y retórico con páginas muy bellas, que acaba de reeditar, en magnífica edición, Nórdica Libros, con una introducción poco feliz de Trapiello. Pero la gloria de Alex Sawa -como le conocían los suyos- será dar vida al personaje más hermoso y sentido y valiente de las Luces de bohemia de Valle-Inclán: el inmortal Max Estrella.

Falleció el 3 de marzo, miércoles, de hace cien años. La primera biografía de Sawa digna de tal nombre apareció hace cuatro meses en Sevilla, gracias a la profesora Amelina Correa, editada por la Fundación Lara.

Ella cuenta que el día del entierro, la buena de Jeanne Poirier le cortó un mechón que se regaló a sí misma, porque cumplía 38 años. Fue un entierro de tercera, en un coche de tercera -con dos caballos- y una sepultura temporal -de tercera- en el cementerio civil de la Almudena. Costó 70 pesetas. Diez más que la colaboración que tenía en El Liberal, la única que le quedaba y que acababan de retirarle

viernes, 13 de febrero de 2009

LA MARAVILLOSA HISTORIA DE PETER SCHLEMIHL

Goya al mejor corto de animación para La increíble historia del hombre sin sombra de José Esteban Alenda, basado en nuestro último MiniIlustrado: La maravillosa historia de Peter Schlemihl.

La maravillosa historia de Peter Schlemihl es un clásico de la literatura romántica alemana y una de las obras que más admiraban autores tan diversos como Heinrich Heine, Thomas Mann o Italo Calvino.
En este libro, Chamisso nos cuenta las desventuras de un imprudente joven que vende su sombra a un misterioso personaje a cambio de una bolsa mágica de oro y las terribles consecuencias que le acarrea semejante decisión, entre otras la expulsión de la sociedad. El remordimiento que tendrá el joven protagonista por la pérdida de su sombra no tendrá límites...
A partir de entonces se enfrentará a las más extrañas situaciones para intentar recuperarla. Con sus botas de siete leguas recorrerá el mundo y, convertido en un naturalista, se irá olvidando de la ausencia de su sombra.
Esta maravillosa historia es una lectura muy recomendable para lectores de todas las edades, tanto por su belleza literaria como por su enseñanza moral para enfrentarse a la vida. Ahora tenemos la suerte de disfrutar sus páginas a través de la visión estética de Agustín Comotto y sus magníficas ilustraciones.

martes, 10 de febrero de 2009

NACIDO PARA EL PLACER Y EL DOLOR

Reseña de Iluminaciones en la sombra en Público, por Carlos Pardo.

Lo que de verdad dio fama al príncipe de los poetas modernistas, al exquisito Alejandro Sawa (1862-1909), fue su muerte. Cosa común, morir, pero es que a Sawa no le reconocieron su originalidad –nació en Sevilla, viajó al París de Verlaine, escribió obras bohemias y fue el más maldito de los malditos– hasta que no hubo fracasado como se esperaba de un artista maldito: con una muerte en la indigencia. “Tuvo el fin de un rey de tragedia. Murió loco, ciego y furioso”, diría su amigo Ramón María del Valle- Inclán, que lo inmortalizó como el inolvidable Max Estrella de Luces de bohemia. Sawa vivió en París los años de eclosión del movimiento simbolista, germen de lo mejor de la literatura de vanguardia y del peor alcoholismo. En aquel París poseído por el hada verde de la absenta, dicen que Sawa conoció a Victor Hugo, que éste le dio un paternal beso en la frente y que no volvió a lavársela. Él lo desmentía con tanto ímpetu, que siguió haciéndolo cuando la anécdota se había olvidado... En París, el sevillano vivió de una marquesa y conoció a la élite de los poetas malditos, capitaneada por el borracho mayor Paul Verlaine. Fue una de las estrellas del fin de siècle y, como pedían los decadentes, hizo de su vida una obra de arte cuyo acto final, con esposa e hija francesas, representó en España. Años malditos La verdadera maldición sería volver a Madrid, una ciudad provinciana en la que Sawa, con un aristocrático acento francés, sobrevivió escribiendo trabajos por encargo e incluso, dicen, como negro de su amigo Rubén Darío. También en Madrid comenzó una de las obras maestras menos conocidas de la literatura española, Iluminaciones en la sombra, crónica de su hundimiento personal y de la capitulación
del mundo bohemio. Recuperado por la editorial Nórdica con un jugoso prólogo de Andrés Trapiello, Iluminaciones en la sombra es un diario que comienza con el primer día del siglo y va dando cuenta del contraste entre la mediocridad de la capital española (“La gente española se apresta a celebrar en 1908 el aniversario de su independencia. ¿Independencia de qué?”) y del
hedonismo parisino. También presenta curiosas semblanzas de los protagonistas del modernismo, desde Baudelaire hasta los españoles Pío Baroja y Manuel Machado, y un pequeño
autorretrato demoledor en el que se define como “la caricatura, no siempre gallarda, de mí mismo”. Como apunta Trapiello, Iluminaciones en la sombra “es el primer gran diario de intimidad literaria de la literatura moderna española”. Y sorprende que este libro publicado
un año después de la muerte de Sawa, con una cariñosa introducción de Rubén Darío, haya sido hasta ahora inencontrable en las librerías, haciendo honor a su título. Esta recuperación con motivo del centenario de su muerte en 1909, junto a la biografía de Amelina Correa Alejandro
Sawa. Luces de Bohemia (Fundación José Manuel Lara) hacen justicia a Sawa cuando parecía condenado a ser, para siempre, Max Estrella. Es curioso que el hermoso vencido sea el origen de dos obras maestras: Luces de Bohemia y el epitafio que le dedicó Manuel Machado, uno de los poemas preferidos de Gabriel Ferrater y Jaime Gil de Biedma: “Jamás hombre más nacido/ para el placer, fue al dolor/ más derecho”.

viernes, 23 de enero de 2009

ALEJANDRO SAWA: ILUMINACIONES EN LA SOMBRA

En 2009 se cumplen 100 años de la muerte de Alejandro Sawa. Esta edición de Iluminaciones en la sombra es nuestro homenaje a este gran desconocido de la literatura española en quien se inspiró Valle-Inclán para su famoso Max Estrella de Luces de Bohemia. Al leer sus páginas, pasearemos por el París de Verlaine, Daudet y Mallarmé, asistiendo como espectadores privilegiados al nacimiento del simbolismo y el modernismo. El pasado, nuestro pasado, nos ilumina en esta obra que combina la lucidez del pensamiento con la intensidad del sentimiento, dibujando una época en la que aún se soñaban sueños con fe y el arte era, sencillamente, por el Arte.
Como señala Andrés Trapiello en su presentación «Las Iluminaciones es en realidad un libro misceláneo, en forma de diario, que es género donde cabe todo lo que no cabe en ningún otro sitio. Podría decirse que es el primer gran diario de intimidad literaria de la literatura moderna española».
En el libro están muy presentes Madrid, París y Londres, y por eso hemos incluido en esta edición fotografías de esas ciudades en la época en que las vivió Sawa. Sus calles son parte importante del libro y nos ayudan a entender mejor la época en la que vivió.

«Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones».
Ramón M.ª del Valle-Inclán

sábado, 17 de enero de 2009

RESEÑA DE CHAVLES DEL ARROYO

Reseña de Chavales del arroyo, por Mercedes Monmany en ABCD.

Cuando Hans Magnus Enzensberger reunió en 1990 una antología de infrapaisajes de la posguerra europea (Europa en ruinas. Testimonios oculares 1944-1948) que incluía textos de Martha Gellorn, Edmund Wilson, Stig Dagerman, Alfred Döblin o Max Frisch, entre otros, no incluyó curiosamente a ningún autor italiano, ni siquiera a Malaparte y su magnífica La pelle. En su intento de recordar a los actuales ciudadanos europeos que tan sólo «cuarenta y cinco años nos separaban de unas condiciones de vida que hoy nos hemos acostumbrado a designar como propias de África, Asia o América Latina», Enzensberger había pasado por alto una obra fundamental, de una desgarradora y violenta belleza lírica, un gran clásico del pasado siglo en lengua italiana: la novela Ragazzi di vita, de Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Roma, 1975), título traducido de diversas formas con anterioridad y ahora recuperado, en una estupenda y nueva edición, como Chavales del arroyo.

¿Tiene vigencia leer hoy a Pasolini? En el caso de esta maravillosa y feroz primera novela, habría que decir inmediatamente que sí. Absoluta y permanente es la vigencia que sigue irradiando un genio sin parangón como este voraz creador de múltiples registros, trágicamente desaparecido en la playa de Ostia. Alguien que, expulsado del Partido Comunista y dejando atrás la enseñanza de sus primeros años, emprendería el exilio desde su tierra natal hacia Roma en los años 50.

Pequeñas patrias. Inmediatamente, la ciudad de Roma se convertiría en su centro neurálgico y poético, místico y secularizado. Un ónfalos de un realismo violento y tenebrista a lo Caravaggio, pintor por el que tendría devoción, que dominaría ya para siempre la mayor parte de su literatura, desde su descarnada prosa poética hasta célebres películas como Mamma Roma o Accatone. Algo que, por otro lado, no se alejaba mucho de su sueño de resucitar «pequeñas patrias» periféricas e idealizadas en trance de desaparición. Unas patrias que se referían tanto a su obra inicial de poeta en dialecto friuliano como al idioma o jerga propia, autóctona, usada a diario en guetos marginales o en suburbios urbanos de una Roma en constante mutación y reabsorción, magistralmente descritos en Chavales del arroyo.

Poeta, cineasta, pensador y polemista, fustigador de la clase política, autor de ensayos y de novelas que significaron en su momento sonoros escándalos, como Chavales del arroyo (1955) o Una vida violenta (1959; Seix Barral, 2003), que luego se convertirían en clásicos modernos de la lengua italiana, Pasolini encarnaría siempre para muchos una serie de cualidades, como la de ser a un mismo tiempo homosexual, marxista y cristiano, que se volvían para muchos incómodas o directamente insostenibles al mostrarse juntas y revueltas. Su vocación irreprimible de provocar y subvertir cualquier tópico ideológico en curso quedaría demostrada en volúmenes feroces como Escritos corsarios. Entre sus muchas opiniones asistemáticas estuvo la de decir, en pleno 68, que prefería las fuerzas del orden a los manifestantes, ya que las primeras provenían de las filas de la plebe y las segundas tan sólo de las de la burguesía.

Siempre hambrientos. Novela que cubre un arco de tiempo que va desde la Roma aún ocupada por los alemanes en 1944 hasta diez años después, en 1954, en lo que sería llamada «la segunda posguerra», Chavales del arroyo narra las aventuras y la dura lucha por la sobrevivencia de un grupo de pequeños delincuentes y jóvenes pertenecientes a eso que los sociólogos encuadrarían en el subproletariado o lumpen urbano propio de los alrededores de las grandes capitales.

En aquellos jóvenes Pasolini veía esa pureza asocial y salvaje de lo humano en estado puro, aún sin domesticar, que siempre le fascinaría y que en su obra representaría la construcción mítica, cultural, más que puramente neorrealista, de una especie de «saga de los jóvenes», como la llamó en su día el francés Foucault. Es decir, jóvenes desarraigados, marginales, de todas las épocas, desde la Edad Media o la Roma y la Grecia antiguas, que la sociedad jamás había logrado integrar. Chavales casi siempre hambrientos, algunos de ellos medio tísicos, a los que en la áspera novela de Pasolini, capitaneados por el protagonista, Ricetto, vemos jugando y bañándose en las aguas sucias del Tíber, traficando y merodeando por los barrios bajos, sin hacer aparentemente nada; tan sólo robando chatarra, recogiendo colillas en las estaciones o planeando pequeños «golpes» y hurtos insignificantes.

domingo, 4 de enero de 2009

LOUIS JOOS: POEMAS DE VERLAINE

Entrevista de Peio Hernández al ilustrador Louis Joos en Público

“Baudelaire sería venenoso, Verlaine musical, Artaud locamente genial, Queneau literario loco y pausado”, habla de ellos como si los conociese al pie de la letra. Ha buscado la afinidad con cada uno para poder ilustrar sus experiencias narrativas. Resume el trabajo del ilustrador en algo parecido a una cuestión de trato, de diplomacia con las palabras de otro. Para el dibujante Louis Joos (Bélgica, 1940) no existe una manera estándar de tratar a todos los autores, como cada autor tiene su propio universo hay que entenderlo para lograr que tanto texto como dibujo no pudieran existir el uno sin el otro.
Todavía no han llegado a nuestras librerías los cómics que Louis Joos ha dedicado al mundo del jazz y a la novela negra. Y cuando desembarquen habrá tormenta. De momento, hemos podido disfrutar en los últimos dos años de dos trabajos suyos que ha publicado aquí la editorial Nórdica, en su colección de libros ilustrados. El primero, Las flores del mal, de Baudelaire, fue pura sangre, absolutamente apasionado. El segundo, el que acaba de aparecer, es la edición bilingüe de una antología poética de Paul Verlaine, en la que se relaciona de una manera algo más apaciguada.

Trabajo físico

El trabajo de Joos es intuitivo, sugerente, impetuoso y vehemente. O esa es una ristra de calificaciones que él mismo prefiere limitar: “Si tuviese que calificar mi dibujo, diría que me gusta que sea expresivo. Me lanzo literalmente al trabajo, sobre el papel. El dibujo, cualquiera que sea, lo hago a toda velocidad y el resultado es un éxito o un fracaso. De ahí las numerosas versiones”, comenta desde su estudio en Bruselas. Ese esfuerzo y entrega física al papel, debe ser preparada, por eso comenta que normalmente para hablar de su ímpetu suele hacerlo en términos deportivos cuando se refiere a su puesta a punto previa al inicio de un álbum de ilustraciones o a un cómic. “No exagero”, asegura el dibujante. Dice que es interesante plantear
nuevas ediciones de textos clásicos para atraer a nuevos lectores. Todo apunta a que con estos dos libros, ha captado a unos cuantos. Será porque la suya no es una ilustración delicada, amable y limpia. Son imágenes a bocajarro. Son arranques, bocetos, movimientos de trazos veloces. Es el estremecimiento de lo más íntimo, en este caso, de Verlaine. “Bueno, no distingo entre croquis, bosquejos, dibujos, acuarela o pintura al óleo, pasteles grasos o secos, tintas...”,
asegura. Se expresa con fuerza y simplicidad, porque reconoce que cuando no está satisfecho con algún resultado, pasa a otra técnica… o usa todas al mismo tiempo. Y lo resume de la mejor manera posible: “Creo que dibujar es dar vida al papel”. Buceador del alma La armonía entre texto e imagen es un logro exigente. Joos leyó antes de ponerse a abstraer los conceptos de los pasajes de Baudelaire, su obra en prosa, la correspondencia y los escritos sobre arte. Todo parecía poco, recuerda, para entender a una escritura “lúcida en los asuntos del alma”. Ese nivel de concentración en el dibujo le llevó a realizar entre 10 y 30 versiones de una misma ilustración. Por eso es insensato ver en estos dibujos una mera comparsa achispada de escritos ardientes. “No concibo nunca mi trabajo como decorador de libros. Estoy radicalmente en contra de esa idea: busco la pasión y su formulación gráfica”, apunta irritado. Es fácil comprobar lo que explica Louis Joos. No utiliza la realidad como crónica, no es fiel a los detalles de lo que
ve (ni de lo que le enseñan los escritores en sus poemas) y la realidad tiene un filtro: su propia personalidad como ilustrador. Y así la verdad deja paso a la evocación. En esa traducción del
mundo imaginado en mundo real, la abstracción juega un papel muy importante: “Es evidente. La abstracción es la clave. La traducción literal me parece el colmo del absurdo. Todos los dibujos deberían ser una abstracción”, porque, aclara Louis Joos, un dibujo tiene su propia vida y sólo es una imagen de lo que pasa a nuestro alrededor.