viernes, 23 de enero de 2009

ALEJANDRO SAWA: ILUMINACIONES EN LA SOMBRA

En 2009 se cumplen 100 años de la muerte de Alejandro Sawa. Esta edición de Iluminaciones en la sombra es nuestro homenaje a este gran desconocido de la literatura española en quien se inspiró Valle-Inclán para su famoso Max Estrella de Luces de Bohemia. Al leer sus páginas, pasearemos por el París de Verlaine, Daudet y Mallarmé, asistiendo como espectadores privilegiados al nacimiento del simbolismo y el modernismo. El pasado, nuestro pasado, nos ilumina en esta obra que combina la lucidez del pensamiento con la intensidad del sentimiento, dibujando una época en la que aún se soñaban sueños con fe y el arte era, sencillamente, por el Arte.
Como señala Andrés Trapiello en su presentación «Las Iluminaciones es en realidad un libro misceláneo, en forma de diario, que es género donde cabe todo lo que no cabe en ningún otro sitio. Podría decirse que es el primer gran diario de intimidad literaria de la literatura moderna española».
En el libro están muy presentes Madrid, París y Londres, y por eso hemos incluido en esta edición fotografías de esas ciudades en la época en que las vivió Sawa. Sus calles son parte importante del libro y nos ayudan a entender mejor la época en la que vivió.

«Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones».
Ramón M.ª del Valle-Inclán

sábado, 17 de enero de 2009

RESEÑA DE CHAVLES DEL ARROYO

Reseña de Chavales del arroyo, por Mercedes Monmany en ABCD.

Cuando Hans Magnus Enzensberger reunió en 1990 una antología de infrapaisajes de la posguerra europea (Europa en ruinas. Testimonios oculares 1944-1948) que incluía textos de Martha Gellorn, Edmund Wilson, Stig Dagerman, Alfred Döblin o Max Frisch, entre otros, no incluyó curiosamente a ningún autor italiano, ni siquiera a Malaparte y su magnífica La pelle. En su intento de recordar a los actuales ciudadanos europeos que tan sólo «cuarenta y cinco años nos separaban de unas condiciones de vida que hoy nos hemos acostumbrado a designar como propias de África, Asia o América Latina», Enzensberger había pasado por alto una obra fundamental, de una desgarradora y violenta belleza lírica, un gran clásico del pasado siglo en lengua italiana: la novela Ragazzi di vita, de Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Roma, 1975), título traducido de diversas formas con anterioridad y ahora recuperado, en una estupenda y nueva edición, como Chavales del arroyo.

¿Tiene vigencia leer hoy a Pasolini? En el caso de esta maravillosa y feroz primera novela, habría que decir inmediatamente que sí. Absoluta y permanente es la vigencia que sigue irradiando un genio sin parangón como este voraz creador de múltiples registros, trágicamente desaparecido en la playa de Ostia. Alguien que, expulsado del Partido Comunista y dejando atrás la enseñanza de sus primeros años, emprendería el exilio desde su tierra natal hacia Roma en los años 50.

Pequeñas patrias. Inmediatamente, la ciudad de Roma se convertiría en su centro neurálgico y poético, místico y secularizado. Un ónfalos de un realismo violento y tenebrista a lo Caravaggio, pintor por el que tendría devoción, que dominaría ya para siempre la mayor parte de su literatura, desde su descarnada prosa poética hasta célebres películas como Mamma Roma o Accatone. Algo que, por otro lado, no se alejaba mucho de su sueño de resucitar «pequeñas patrias» periféricas e idealizadas en trance de desaparición. Unas patrias que se referían tanto a su obra inicial de poeta en dialecto friuliano como al idioma o jerga propia, autóctona, usada a diario en guetos marginales o en suburbios urbanos de una Roma en constante mutación y reabsorción, magistralmente descritos en Chavales del arroyo.

Poeta, cineasta, pensador y polemista, fustigador de la clase política, autor de ensayos y de novelas que significaron en su momento sonoros escándalos, como Chavales del arroyo (1955) o Una vida violenta (1959; Seix Barral, 2003), que luego se convertirían en clásicos modernos de la lengua italiana, Pasolini encarnaría siempre para muchos una serie de cualidades, como la de ser a un mismo tiempo homosexual, marxista y cristiano, que se volvían para muchos incómodas o directamente insostenibles al mostrarse juntas y revueltas. Su vocación irreprimible de provocar y subvertir cualquier tópico ideológico en curso quedaría demostrada en volúmenes feroces como Escritos corsarios. Entre sus muchas opiniones asistemáticas estuvo la de decir, en pleno 68, que prefería las fuerzas del orden a los manifestantes, ya que las primeras provenían de las filas de la plebe y las segundas tan sólo de las de la burguesía.

Siempre hambrientos. Novela que cubre un arco de tiempo que va desde la Roma aún ocupada por los alemanes en 1944 hasta diez años después, en 1954, en lo que sería llamada «la segunda posguerra», Chavales del arroyo narra las aventuras y la dura lucha por la sobrevivencia de un grupo de pequeños delincuentes y jóvenes pertenecientes a eso que los sociólogos encuadrarían en el subproletariado o lumpen urbano propio de los alrededores de las grandes capitales.

En aquellos jóvenes Pasolini veía esa pureza asocial y salvaje de lo humano en estado puro, aún sin domesticar, que siempre le fascinaría y que en su obra representaría la construcción mítica, cultural, más que puramente neorrealista, de una especie de «saga de los jóvenes», como la llamó en su día el francés Foucault. Es decir, jóvenes desarraigados, marginales, de todas las épocas, desde la Edad Media o la Roma y la Grecia antiguas, que la sociedad jamás había logrado integrar. Chavales casi siempre hambrientos, algunos de ellos medio tísicos, a los que en la áspera novela de Pasolini, capitaneados por el protagonista, Ricetto, vemos jugando y bañándose en las aguas sucias del Tíber, traficando y merodeando por los barrios bajos, sin hacer aparentemente nada; tan sólo robando chatarra, recogiendo colillas en las estaciones o planeando pequeños «golpes» y hurtos insignificantes.

domingo, 4 de enero de 2009

LOUIS JOOS: POEMAS DE VERLAINE

Entrevista de Peio Hernández al ilustrador Louis Joos en Público

“Baudelaire sería venenoso, Verlaine musical, Artaud locamente genial, Queneau literario loco y pausado”, habla de ellos como si los conociese al pie de la letra. Ha buscado la afinidad con cada uno para poder ilustrar sus experiencias narrativas. Resume el trabajo del ilustrador en algo parecido a una cuestión de trato, de diplomacia con las palabras de otro. Para el dibujante Louis Joos (Bélgica, 1940) no existe una manera estándar de tratar a todos los autores, como cada autor tiene su propio universo hay que entenderlo para lograr que tanto texto como dibujo no pudieran existir el uno sin el otro.
Todavía no han llegado a nuestras librerías los cómics que Louis Joos ha dedicado al mundo del jazz y a la novela negra. Y cuando desembarquen habrá tormenta. De momento, hemos podido disfrutar en los últimos dos años de dos trabajos suyos que ha publicado aquí la editorial Nórdica, en su colección de libros ilustrados. El primero, Las flores del mal, de Baudelaire, fue pura sangre, absolutamente apasionado. El segundo, el que acaba de aparecer, es la edición bilingüe de una antología poética de Paul Verlaine, en la que se relaciona de una manera algo más apaciguada.

Trabajo físico

El trabajo de Joos es intuitivo, sugerente, impetuoso y vehemente. O esa es una ristra de calificaciones que él mismo prefiere limitar: “Si tuviese que calificar mi dibujo, diría que me gusta que sea expresivo. Me lanzo literalmente al trabajo, sobre el papel. El dibujo, cualquiera que sea, lo hago a toda velocidad y el resultado es un éxito o un fracaso. De ahí las numerosas versiones”, comenta desde su estudio en Bruselas. Ese esfuerzo y entrega física al papel, debe ser preparada, por eso comenta que normalmente para hablar de su ímpetu suele hacerlo en términos deportivos cuando se refiere a su puesta a punto previa al inicio de un álbum de ilustraciones o a un cómic. “No exagero”, asegura el dibujante. Dice que es interesante plantear
nuevas ediciones de textos clásicos para atraer a nuevos lectores. Todo apunta a que con estos dos libros, ha captado a unos cuantos. Será porque la suya no es una ilustración delicada, amable y limpia. Son imágenes a bocajarro. Son arranques, bocetos, movimientos de trazos veloces. Es el estremecimiento de lo más íntimo, en este caso, de Verlaine. “Bueno, no distingo entre croquis, bosquejos, dibujos, acuarela o pintura al óleo, pasteles grasos o secos, tintas...”,
asegura. Se expresa con fuerza y simplicidad, porque reconoce que cuando no está satisfecho con algún resultado, pasa a otra técnica… o usa todas al mismo tiempo. Y lo resume de la mejor manera posible: “Creo que dibujar es dar vida al papel”. Buceador del alma La armonía entre texto e imagen es un logro exigente. Joos leyó antes de ponerse a abstraer los conceptos de los pasajes de Baudelaire, su obra en prosa, la correspondencia y los escritos sobre arte. Todo parecía poco, recuerda, para entender a una escritura “lúcida en los asuntos del alma”. Ese nivel de concentración en el dibujo le llevó a realizar entre 10 y 30 versiones de una misma ilustración. Por eso es insensato ver en estos dibujos una mera comparsa achispada de escritos ardientes. “No concibo nunca mi trabajo como decorador de libros. Estoy radicalmente en contra de esa idea: busco la pasión y su formulación gráfica”, apunta irritado. Es fácil comprobar lo que explica Louis Joos. No utiliza la realidad como crónica, no es fiel a los detalles de lo que
ve (ni de lo que le enseñan los escritores en sus poemas) y la realidad tiene un filtro: su propia personalidad como ilustrador. Y así la verdad deja paso a la evocación. En esa traducción del
mundo imaginado en mundo real, la abstracción juega un papel muy importante: “Es evidente. La abstracción es la clave. La traducción literal me parece el colmo del absurdo. Todos los dibujos deberían ser una abstracción”, porque, aclara Louis Joos, un dibujo tiene su propia vida y sólo es una imagen de lo que pasa a nuestro alrededor.