sábado, 21 de junio de 2008

DESEMBARCO NÓRDICO

Artículo de Elisa Silió en El País, Babelia


En la enigmática y aislada Islandia, una de cada diez personas publicará un libro a lo largo de su vida. En una Noruega bañada en oro negro, un novelista puede recibir un sueldo vitalicio. En Suecia, ya en 1900, el proletariado organizó su propia red de bibliotecas, convencido de que la educación era la mejor arma frente al poder. Los finlandeses compran de media diez libros al año; y en Dinamarca editar nunca es una ruina porque el Estado compra ejemplares para todas las bibliotecas públicas. Si además se tiene en cuenta que el analfabetismo desapareció en los cinco países escandinavos hacia 1850, no es de extrañar que su producción literaria sea extensa y de calidad.

Al contrario que Francia, que sucumbió a la literatura nórdica contemporánea en los setenta, España le ha dado hasta ahora la espalda, con excepciones como El mundo de Sofía, del noruego Jostein Gaarder -el libro más vendido por Siruela en su historia, más de un millón de ejemplares en 66 ediciones-, o las peripecias del investigador Kurt Wallander, del sueco Henning Mankell, libro que tiene ya en sus estantes un millón de familias. Pero el panorama está cambiando. Los éxitos de Mankell han inundado las librerías de otros títulos escandinavos de similar perfil y, en paralelo, se están editando libros de los que se espera una difusión más modesta y cuyas traducciones al castellano han sido sufragadas por estos países. Basta con contar con los derechos de autor y un currículo editorial para conseguir esta ayuda. "Son conscientes de que con las traducciones se abre un mercado de 400 millones de hispanoparlantes", explica el traductor Francisco J. Uriz.

Este programa tiene casi diez años, pero es ahora cuando las editoriales han recogido el guante con sorprendentes resultados. En 2008 saldrán al mercado quince títulos daneses, una cifra similar de suecos y noruegos, dos islandeses y uno finlandés. Y lo que es más esperanzador para sus intereses, quien se anima a publicarlos repite. Es el caso de Lengua de Trapo, que cuenta en su catálogo con tres noruegos: Kjell Askildsen, Dag Solstad y Kjartan Fløgstad. "Es un proceso lógico. Todos se conocen, comparten generación, se citan...", explica Rocío de Isasa, editora de la colección Otras Lenguas de este sello, que se estrenó con unos cuentos noruegos en 2001.

En 1996 inauguraron su Biblioteca Nórdica en Ediciones de la Torre con una antología de cuentos escandinavos, a la que siguieron una poética y otra de relatos femeninos. "Fuimos pioneros, el problema es que no hemos sido capaces de comercializarlo", se lamenta José María Gutiérrez de la Torre, orgulloso de haber descubierto a Arto Paasilina en 1989 (El año de la liebre). El finlandés está hoy en la cartera de la poderosa Anagrama, que editó Delicioso suicidio en grupo en 2007, acaba de sacar en bolsillo El molinero aullador y adelanta que en otoño pondrá a la venta La dulce envenenadora. "La brutalidad de La naranja mecánica se transforma en Arsénico por compasión con unos pellizcos de Kaurismaki", se resume el argumento en su contraportada.

Muchas veces los editores no pueden leer los libros al desconocer la lengua y se fían de las recomendaciones de los traductores. "Es gente preparadísima. Muchas veces dan clase de literatura", piensa Diego Moreno, editor de Nórdica Libros. Para después del verano prepara tres títulos: Antología de cuentos de Torgny Lindgren, Antología poética de Harry Martinson y El improvisador, de Hans Christian Andersen. Raro es el traductor que no habla todos los idiomas escandinavos, salvo el finlandés, que tiene una raíz muy distinta. A Enrique Bernárdez nunca le asustaron sus grafías y pronunciaciones endiabladas. "Yo aprendí desde una vía muy natural. Estudié Filología Alemana, pero me dedicaba a la lingüística del inglés arcaico. Y como éste se parece al islandés antiguo, di el salto. Y claro, cómo no vas a pasar al islandés moderno y de ahí al sueco, noruego, danés, feroés...".

La comunión entre el hombre y la naturaleza es absoluta y evidente en estas literaturas. Comprensible en unas tierras conquistadas por frondosos e inquietantes bosques, lagos tenebrosos, nieves cegadoras y deslumbrantes fiordos. El escritor y de su mano sus personajes se sienten ante este paisaje insignificantes. Resulta imposible no mezclar lo imaginario con lo real. Así, en Islandia la leyenda dice que los elfos viven en el interior de las rocas y los ventosos acantilados noruegos son dioses petrificados. "Es complicado distinguir uno y otro cuando la naturaleza es tan apabullante. Cómo no van a desconcertar las auroras boreales, unas luces que cambian de color y de sitio en una noche en la que no se pone el sol", se pregunta Bernárdez, traductor de El zorro ártico (Nórdica), del islandés Sjón. En su prólogo, el filólogo descifra algunas claves del folclore de la isla de lava. Se aprende entonces que skuggabaldur es un hijo de gato y zorra que destripa el ganado y que toma su nombre del dios pagano de la luz (skugga) y de las sombras (baldur). La convivencia del mundo verdadero y mágico, prosigue Bernárdez, provoca que "explicaciones retóricas muy rebuscadas se entremezclen con giros coloquiales".

Un temor ante las fuerzas de la naturaleza que no casa con su mente cartesiana. Quizá por eso recurran a la ironía. En Cabeza de perro (Salamandra), de Morten Ramsland, Orejotas, siendo un niño, se pierde en el bosque una noche de auroras boreales y regresa horas después como adolescente. "Su ropa se había quedado pequeña y la sombra oscura que adornaba su labio superior no se iba ni con agua", se lamentaba en estas páginas su madre. En la patria de Ramsland, Dinamarca, el paisaje no es abrupto, sino domesticado y llano. "Lo que marca nuestra literatura es la falta de luz. Hay menos que en Suecia o Noruega porque tenemos menos nieve. De ahí la melancolía", relata Eva Liébana, profesora de Literatura Danesa en la Complutense.

Igmar Bergman no es un verso suelto. Escribir o rodar una película tiene un efecto terapéutico en una sociedad introspectiva que anhela la felicidad. Lideran las listas mundiales de quienes se sienten más afortunados pero, paradójicamente, en Finlandia el suicidio es "casi un deporte nacional", en palabras de un socarrón Paasilinna. "Muchos campesinos viven aislados en medio de sus tierras y no se comunican. Además, no pueden aliviarse a través de la confesión porque en el luteranismo no existe. Hay siempre un sentimiento de culpabilidad. Y aunque ahora las iglesias están vacías, sí se conserva esa mentalidad puritana y austera aunque mezclada con ironía", cuenta Kirsti Baggethun, agregada cultural de la Embajada noruega y cotraductora de muchos libros con Asunción Lorenzo.

Con esta melancolía están escritos los relatos ahogados por la rutina de Los perros de Tesalónica (Kjell Askildsen, Lengua de Trapo); Johannes Climacus, o De todo hay que dudar (Soren Kierkegaard, Alba), la evolución espiritual de un joven que quiere ser filósofo; Las maestras paralíticas (Gudbergur Gergsson, Tusquets), una atípica historia de amor; Caminar o el arte de vivir una vida salvaje y poética (Tomas Espedal, Siruela), un viaje por la literatura y la filosofía; Pudor y dignidad (Dag Solstad), en la que un profesor de secundaria busca sentido a su vida, y Tu mi tú (Christina Hesselhold), erotismo para expresar el ansia de existir, estos dos últimos en Lengua de Trapo.

Y en estas sesiones de diván literario, como es obvio, el peso de la familia es total. Por eso son muchas las novelas que reconstruyen la vida de varias generaciones, marcadas por oscuros secretos -no podía ser de otra manera entre introspectivos- y por su traumática relación con la Segunda Guerra Mundial. Con estos mimbres se escribieron Quien parpadea teme a la muerte (Knud Romer, Minúscula), El hermanastro (Lars Saabye Christensen, Maeva) o Grand Manila (Kjartan Fløgstad, Lengua de Trapo en octubre).

"Estos escritores anticiparon problemas que están sucediendo en nuestras sociedades hoy, como la crisis de la socialdemocracia, del Estado de bienestar", razona Moreno. Sin ir más lejos, en Muerte de un agricultor (Nórdica), del sueco Lars Gustafsson, el protagonista se quejaba en 1978 de que la región "estaba siendo tratada como una cantera de materias primas, una especie de despensa de la que se saca todo sin poner en ella nada".

Una denuncia social que sigue latente en las novelas de la región, incluidas las policiacas, aunque Mayo del 68 quede lejísimos. "Hay que utilizar los crímenes o los delitos como un espejo de la sociedad", dijo el pasado marzo Mankell en una entrevista publicada en este diario. En otoño llegará una nueva entrega, El chino (Tusquets). El asesinato brutal de 19 personas es el punto de partida. El sello catalán calienta motores publicando en bolsillo los casos de Wallander y Moriré, pero mi memoria sobrevivirá, una reflexión sobre el sida. Siruela es la encargada de sus creaciones para un público juvenil.

Pero hay que remontarse a 1965 para encontrar en el suspense el compromiso social. Durante diez años un matrimonio de periodistas, Maj y Per Söwall, revolucionó el género policiaco sacando las miserias del Estado de bienestar sueco. Diez libros que en orden cronológico publica RBA. Tres de ellos -El hombre que se esfumó, Roseanna y El hombre del balcón- ya han visto la luz junto a Petirrojo, de Jo Nesbo.

Un millón de franceses que ya saben que en Suecia no todo es almíbar gracias a la trilogía Millennium. En el primero, Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino), Stieg Larsson separa sus capítulos con cifras escalofriantes: en su país, el 46% de las mujeres ha sufrido violencia machista y un 92% de los abusos sexuales no son denunciados a la policía. La editorial planea sacar los otros dos tomos en 2009.

Larsson murió en 2004 y hay quien se plantea si fue asesinado por los grupos nazis que investigaba. Un rompecabezas que se queda corto en comparación con el expuesto por su compatriota Anders Leopold en Det svenska trädet skal fällas (El árbol sueco debe ser derribado) que no ha sido editado en España. En él defiende que el presidente Olof Palme murió en 1986 a manos de Roberto Thieme, el ex agente de la Dirección de Inteligencia Nacional chilena (DINA) y yerno de Augusto Pinochet. El argumento no es kafkiano pues se basa en informes de los servicios secretos suecos.

Mucha novela negra ha sido escrita por mujeres que dedican espacio a los problemas cotidianos y humanizan a los personajes. De Anne Holt, ex ministra de Justicia de Noruega y reina de los bajos fondos junto a Mankell, es Crepúsculo en Oslo (Roca Editorial). Mientras, la joven Camilla Lackbërg convirtió La princesa de hielo en 2007 en un best seller y ahora repite con Los gritos del pasado (Maeva). Sobre los márgenes de la muerte habla la noruega Karin Fossum en Una mujer en tu camino (Mondadori), y acerca del dolor y la culpa, la danesa Ida Jessen en Lo primero que me viene a la cabeza (Lengua de Trapo), novela programada para octubre. Los hombres también tienen algo que decir. Christian Jungersen reflexiona sobre el origen de la crueldad en La excepción (Mondadori), mientras Kurt Aust sitúa en París la trama de La hermandad invisible (Destino).

Bassarai y Libros del Innombrable importan su poesía que, asimismo, influye en la española. Lo sostiene el poeta Carlos Pardo, que cada año invita a nórdicos a Cosmopoética, el festival de poesía de Córdoba: "Son los que más éxito tienen. La gente se asombra porque parecen muy elegantes pero son unos macarras". Los más elogiados, Aspenstrom, Tranströmer y Ekelot, que tienen su público entre los poetas de menos de cuarenta años. "Se leen, se comentan y se citan en antologías. No tanto por su lenguaje directo sino por su componente abiertamente político sin ser panfletario. Además, son capaces de crear unas imágenes vanguardistas pero naturales y nada recargadas". Un botón, los versos de Aspenstrom: "La sardina quiere que la lata se abra hacia el mar".

El desembarco continuará en otoño.

martes, 17 de junio de 2008

NOVEDAD: ABDÍAS

Con la publicación de Abdías queremos dar a conocer al lector español a uno de los más importantes escritores en lengua alemana, pero hasta ahora prácticamente desconocido entre nosotros. La obra que presentamos es una novela corta, género en el que destacó el escritor austríaco.
El libro nos cuenta, con el carácter y la forma de las narraciones bíblicas proféticas, las desventuras del judío Abdías. Increíbles saltos en el tiempo de la historia generan lo lapidario y lo lacónico de esta narración en torno a un personaje que inequí-vocamente reproduce la figura bíblica de Job. A pesar de ello, Abdías no es ningún Job moderno. Es una persona que sufre, que aguanta y soporta, y no porque sea un pecador, sino precisamente por lo contrario, porque es un hombre piadoso y honesto.
Esta nouvelle ha sido considerada una de las más hermosas de la literatura en lengua alemana y Thomas Mann llegó a decir que su autor era «uno de los narradores más singulares, más enigmáticos, más discretamente osados, más curiosos y más seductores de la literatura mundial».

lunes, 16 de junio de 2008

RESEÑA DE EL PROCESO EN SOLODELIBROS

Leer a Kafka no es agradable ni sencillo. De hecho, confieso sin ambages que, cuando he terminado algunas de sus obras, me he sentido perplejo e ignorante por mi incapacidad de aprehender el contenido de lo que había leído. Creo que Kafka era consciente de esa posible respuesta del lector y la asumía; incluso, tal vez, la perseguía en sus libros.
“El proceso” nos pone en una situación angustiosa y hostil: Josef K. es sometido a un proceso judicial por un hecho que desconoce, sin saber con certeza si alguien le ha acusado. Ese proceso es oscuro e impenetrable: K. está detenido, pero puede seguir llevando una vida normal; debe declarar ante un tribunal, pero no sabe cuándo ni dónde; incluso ese tribunal está formado por jueces y abogados especiales, extraños y enigmáticos, que parecen saber incluso menos del proceso que el propio K.
El desarrollo de la historia muestra la caída del protagonista en un pozo de miedo, de incomprensión y de culpa. K. se sabe inocente, pero no puede evitar dudar de sí mismo, de las acciones que llevó a cabo en su pasado, a lo largo de toda su vida. Su juicio, que al comienzo de la obra se le antoja injusto, termina por constituir el eje de su existencia: su trabajo y sus deseos pierden entidad ante el peso de ese proceso oscuro y abstracto que pende sobre él. Sus relaciones con los demás se degradan por ello, ya que K. termina por volverse cauto y desconfiado, y sólo puede ver a otras personas como posibles defensoras o enemigas acérrimas.
Kafka no aporta en “El proceso” ninguna pista que indique qué ocurre con exactitud; el lector desciende al abismo al mismo tiempo que K., partícipe inaudito de la situación. Lo que hace del libro una obra excepcional es la atmósfera que el autor fragua alrededor del protagonista. Josef K. nos es presentado como un ciudadano trabajador y capaz, consciente de lo erróneo de su situación y que, por eso mismo, se propone utilizar todo lo que esté a su alcance para evitar ese juicio que, de alguna manera, le deshonra y echa por tierra su buen nombre. Sin embargo, pronto la tenebrosa ignorancia acerca del verdadero devenir del proceso le sume en un estado nervioso, casi psicótico. De hecho, después de acudir a una primera vista, K. acude por voluntad propia al tribunal una segunda vez, partícipe ya de la oscura maquinaria burocrática y social que le ha atrapado en sus redes. No es una casualidad el que se sienta enfermo cuando respira el aire viciado de las oficinas del tribunal, en las que, sin embargo, los empleados pasan horas, incluso duermen.
Quizá la mejor definición para el asunto de K., para el propio libro, se halle en las palabras que un sacerdote le dice al protagonista durante su visita a la catedral: «La sentencia no se dicta de repente: el proceso se convierte poco a poco en sentencia.» Eso es lo que vamos experimentando a lo largo de la lectura: una sensación de angustia, de opresión, que de forma progresiva (e ineludible) se cierne sobre nosotros. Nada sabemos del proceso, como el protagonista, pero eso no obsta para que experimentemos en nuestra piel lo absurdo y surreal de un mecanismo imparable y terrorífico. La frase final, de hecho («fue como si la vergüenza debiera sobrevivirlo»), muestra la ineluctabilidad de su juicio, lo que tiene de universal, de connatural al hombre.
Ya digo que es difícil formarse una idea cabal del texto; no tanto por su contenido, que se abre a infinitas interpretaciones, sino por el terrible malestar que provoca y que deja tras de sí la lectura. (Algo, por cierto, que las ilustraciones de Bengt Fosshag, en esta edición de Nórdica, contribuyen a crear.) Cada uno de nosotros puede ver en ese proceso la encarnación de una cosa, o una persona, o un hecho; el miedo, la opresión, están abiertas a todo tipo de definiciones. Pero, aunque la exégesis sea imposible, no es menos cierto que, en realidad, no es necesaria. Poco importa explicar con exactitud lo que Kafka quería o no comunicar; poco importa extraer significados ocultos de su texto. Lo que sí importa —y eso hace de “El proceso” una lectura inigualable— es la inquietante sensación que pervive dentro de nosotros cuando soltamos el libro: Kafka nos acerca a una parte de nuestra humanidad malsana y repugnante (aunque lo haga de forma muy críptica), pero tangible. El conocimiento personal que podamos extraer de este viaje será ya otra historia…

jueves, 12 de junio de 2008

RESEÑA DE EL ZORRO ÁRTICO


Reseña de Pedro Telleria en Mugalari.

Ha sido más la curiosidad que mi nulo conocimiento de las letras islandesas lo que me ha llevado hasta El zorro ártico, una novela corta perfectamente escrita por Sjón, seudónimo de Sigurjón Birgir Sigurdsson, polifacético artista, también compositor, nacido en 1962 y que recibió en 2005 el Premio de la Literatura del Consejo Nórdico por esta obra. Escrita en primera persona y ambientada en la década de los ochenta del siglo XIX, cuenta la historia del pastor (religioso) Baldur Skuggason, un tipo cuya vida conocemos conforme avanza la narración. Explica su traductor, Enrique Bernárdez, que Sjón ha intercalado elementos populares
en su premiada obra, pero, tal como he dicho, no soy experto en la literatura de esa parte del mundo, por lo que me conformaré con
opinar sobre la novela desde los ojos de un lector colocado a unos tres mil kilómetros de distancia de su lugar de producción. Aconsejo leer este libro por, sobre todo, la rareza que entraña. No suele ser habitual ponerse en la piel de un cazador de zorros que avanza por los desolados paisajes islandeses en mitad de un temporal de nieve, ni mucho menos terminar de la mano de su protagonista envuelto en un alud que lo sepulta dentro de una cueva situada en el flanco de un glaciar. También es poco frecuente adentrarse en la vida de un poblado islandés, donde el oscurantismo religioso se anuda a la rareza de unos seres tan solitarios como Fridrik B. Fridjónsson, un licenciado en Ciencias Naturales por la Universidad de Copenhague que a la muerte de sus padres regresa a Brekka, la casa familiar. Podría seguir anotando cosas raras de esta novela, pero debo aludir a sus aciertos intrínsecamente literarios. Por un lado, sobresale su construcción, flash-back incluido, que descoloca al lector a la par que lo intriga sobre el pasado del pastor. Además, es notable la concisión del estilo narrativo de Sjón, que contrasta con el moroso detenimiento con el que a veces describe la indumentaria del cazador o ciertos episodios menores, como la taza de té que se toman Fridrik y el tonto Hálfdán, o la extravagante morfología de éste. Sin embargo, El zorro... no sobresale únicamente por su técnica literaria, sino también, y sobre todo, por los temas y problemas que plantea a través de sus personajes. En esa inclinación de Fridrik por los desvalidos, como el citado Hálfdán o Abba, la muchacha de la que se ocupó en el pasado, y verdadera bisagra narrativa de la historia, Sjón pone sobre el papel el eterno conflicto entre lo normal y lo anormal, entre la regla y la diferencia, entre las convenciones sociales y la auténtica filantropía. El lector confirma en las páginas finales la cruel elementalidad y el egoísmo de Baldur, anunciada en el primer capítulo durante la caza del zorro, y advierte cómo el azar o la justicia natural, que es como la poética y se confunde con ella, dan el trato que se merece al pastor. Concisa y pausada, rara y profunda, El zorro... termina con un giro entre fantástico y poético que añade más rareza a la novela. ¿En qué he pensado cuando la leía? En que la literatura, por muy recóndito que sea para el lector el lugar donde se ha escrito, es universal si los temas que plantea nos alcanzan a todos. Que después la voz, la mirada o los recursos cambien, es prueba de su origen humano y no marciano, pero nada más.

martes, 10 de junio de 2008

RESEÑA DE LA CAÍDA DEL REY EN EL CULTURAL

Reseña de Rafael Narbona en El Cultural

Dinamarca es un país incapaz de mantener una ambición duradera. Pese a su hegemonía en el Báltico y a una monarquía casi tan antigua como la japonesa, la vacilación está profundamente enraizada en la identidad nacional. Premio Nobel en 1944, Johannes V. Jensen (Jutlandia, 1873-Copenhague, 1950) afirmaba que Shakespeare no obró al azar cuando escogió el reino de Dinamarca para ambientar la tragedia de Hamlet. Jensen elaboró sus Poesías (1906) inspirándose en Walt Whitman, pues entendía que el origen de una nación sólo puede reconstruirse mediante el mito. Su objetivo no era establecer la verdad histórica, sino la verdad esencial de un pueblo con el impulso necesario para constituir la Unión de Kalmar, un pequeño imperio compuesto por los tres reinos nórdicos (Dinamarca, Suecia y Noruega), pero sin esa confianza en sí mismo que caracteriza a las grandes civilizaciones. Para Jensen, Dinamarca es una combinación de valor y apatía, dos rasgos que no pueden coexistir sin desembocar en la decadencia.

Esta interpretación del carácter nacional se plasma en La caída del rey, un relato que oscila entre lo épico y lo decadente. Christian II, rey de Dinamarca y cuñado de Carlos V, actúa con el realismo político de César Borgia. Su guía de gobierno no es la Educación del Príncipe cristiano, de Erasmo, sino El Príncipe, de Maquiavelo. Es el último rey danés que sometió Suecia y Noruega, pero su crueldad precipitó su caída. Apodado Christian el Tirano, perdió el trono y murió en el exilio. Jensen recrea su peripecia por medio de Mikkel Thogersen. Christian II es pura voluntad, un espíritu lleno de determinación que no cree en el destino, sino en la fuerza del espíritu. La derrota sólo es definitiva cuando la muerte impide empezar de nuevo.

Identificado con el “nuevo realismo” del “grupo jutlandés”, Jensen escribe con una prosa desnuda, de fibra épica, pero sin excesos retóricos; lírica en la descripción del paisaje e introspectiva en su estudio de la condición humana. La caída del rey es una novela histórica, que rebasa las limitaciones del género. Al igual que en las novelas del irlandés Liam O’Flaherty, la historia de una nación adquiere la vitalidad de los Arquetipos. Sin falsificar la realidad, consigue transformar los hechos en figuras intemporales, con la intensidad necesaria para trascender lo particular. En La caída del rey, la ambición, la malicia, la ebriedad del poder, la esperanza, el desencanto, la dignidad en el exilio, no son aspectos del devenir de Dinamarca, sino experiencias universales, que conciernen a todos los países y épocas. La fidelidad de Mikkel Thogersen a Christian II se convertirá en desengaño, revelando una vez más que los sueños imperiales sólo causan la desgracia de los pueblos. No es una mala lección para los tiempos que corren.