sábado, 15 de marzo de 2008

LA BOCA POBRE

Reseña de Ricardo Menéndez Salmón en ABCD de La boca pobre.

Si no el mayor, Irlanda constituye uno de los más grandes y hermosos enigmas de la historia de la literatura universal. No en vano, «la isla santa y sabia», un país con un peso político y económico no demasiado notable, tradicionalmente aplastado por el fanatismo religioso y por el expansionismo inglés, ha regalado a la literatura un puñado de nombres extraordinarios, casos de Swift, Yeats, Wilde, Joyce, Beckett o Heaney, sin olvidar que, aunque por azar, uno de los más singulares escritores de todos los tiempos, el clérigo Laurence Sterne, nació en suelo irlandés. Acaso la razón de tan prodigiosa fecundidad deba buscarse, independientemente del carácter espurio o no de la anécdota, en la respuesta que Beckett ofreció cuando fue interrogado a propósito de esa floración de artistas inspirados: «Cuando la mierda te llega al cuello», dicen que dijo el autor de Malone muere, «lo único que puedes hacer es cantar».

Un tanto oscurecido por la brillantez de semejante nómina, Flann O?Brien, cuya obra está siendo felizmente traducida a nuestra lengua en los últimos tiempos, merece ser considerado como un igual junto a los autores mencionados, entre otras cosas por compartir con todos ellos un rasgo eminentemente irlandés: un humor desopilante aunque teñido siempre de amargura. La última obra que de O?Brien nos llega es la hilarante y esperpéntica La boca pobre (Nórdica Libros), en traducción del gaélico de Antonio Rivero Taravillo, quien en 2005 nos regaló la posibilidad de leer a otro irlandés genial, Jamie O?Neill, y su extraordinaria Nadan dos chicos, novela que toma su título precisamente de una obra de su compatriota O?Brien.

La boca pobre, no en vano subtitulada «Un mal relato sobre el malvivir», es una narración capaz de convertir lo terrible (el hambre atroz, la agresión del clima, la brutalidad de la ignorancia) en risible, demostrando una vez más cómo el sentido del humor es uno de los bisturíes de excepción a la hora de diseccionar el cuerpo de las sociedades, un estupendo guía si se desea establecer un juicio certero sobre el mundo y, como escribió Rosa Sala Rose en su ensayo El misterioso caso alemán, «el gran mediador en el colapso que se produce entre lo real y lo ideal».

«Mi hambre tiene hambre», confiesa Bonaparte Ó Cúnasa, incansable comedor de patatas e impagable narrador de La boca pobre tras una de sus múltiples desventuras. Si ustedes tienen hambre de un libro distinto, échense a la boca este inolvidable pedazo de historia irlandesa.

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