sábado, 10 de mayo de 2008

MÁS QUE UNA PARODIA O LA BOCA POBRE

Reseña de Ana Lorenzo en La mala hierba

Hay parodias que son geniales, y lo son hasta el punto de que se hacen obras que van mucho más allá de lo parodiado y se disfrutan tal cual, sin necesidad alguna de hacerse uno con un bagaje cultural específico previo con el que comparar. Se alzan, espléndidas y autónomas, con sus propios valores literarios, y alcanzan épocas y público donde no llegarían, si no es por ellas, las obras o ideas que las motivaron. Siempre se pone de ejemplo El Quijote, y es cierto que no tenemos por qué haber leído los típicos libros de caballería para disfrutarlo. Cándido, de Voltaire, es otra genialidad para reírse a gusto, y no nos exige conocer la idea que tenían de la filosofía de Leibniz en aquella época (bastante simplista, todo hay que decirlo) para seguir las aventuras del tenaz optimista y su maestro Pangloss. No quiere decir, sin embargo, que los autores de estas obras, como tampoco Flann O'Brien, desprecien todos los libros o ideas que parodian: de hecho, admiran mucho de lo que traen a colación aunque haya otros aspectos u obras que no les convenzan.

La boca pobre, de Flann O'Brien, les hará reír también, hayan leído ustedes o no los libros típicos irlandeses escritos en gaélico a los que remite y parodia, como muy bien dice el traductor de esta edición Antonio Rivero Taravillo en la presentación. Así que, adelante, no le tengan miedo, que es una joya para disfrutar. Si quieren y son amantes de la lengua y de la historia, si dominan además las distintas variedades de gaélico, léanla en su lengua original. Si no es así, disfruten de la novela en esta edición de Nórdica Libros, a la que hay que agradecer el que haya rescatado a este autor para el mundo hispanohablante (una pequeña digresión: ¿por qué no les venden también los derechos de At Swim-Two-Birds, imposible de encontrar en castellano, con lista de espera para la edición de Edhasa En nadar dos pájaros en los libreros de viejo? ¿Alguien no edita o no reimprime e impide que se edite este libro con alguna intención que a mí se me escapa? Fin de la digresión); con las pistas que nos da el traductor y con lo que todos, quien más, quien menos, hemos oído o leído sobre «el tópico irlandés», en películas o libros ingleses, tendremos bastante.

Desde los prólogos hasta el final, el libro es un prodigio de imaginación, cautivándonos con las exageraciones que convierten en hilarante aquello que podría haber sido digno de lástima. ¿Cómo sentir pena por un pueblo «peculiar[es], [...] que se va apagando como enmohecido idioma gaélico, que está con más frecuencia en sus bocas que un poco de comida» y cuya «gente joven pone la vista en Siberia esperando de ella un clima más benigno que los libre del frío y las tempestades que siempre han conocido» (p. 29)? ¿Y lo de «Es motivo de alegría que el autor, Bonaparte Ó Cúnasa, esté aún hoy con vida, a salvo en la cárcel y libre de las miserias del mundo» (p. 28)? El prólogo nos da ya el pulso de la narración: si el clima es peor que el de Siberia, si en la cárcel se está mejor que libre, ¡cómo ha de ser el mundo para un gaélico! Antes le llega a uno la risa que la pena.

Y es que a un gaélico hasta la riqueza se le vuelve miseria: «Sí, la gente vivía pobremente en la época de mi niñez, y aquel que tenía muchos bienes y ganado, por la noche no tenía espacio para sí mismo en su propia casa. Ay, así ha sido siempre. A menudo oía referir al Viejo Canoso las penalidades y miserias de la vida de antaño. [...]
—Otra noche vino un caballero, un inspector de enseñanza que se había extraviado con la bruma del pantano y que había ido a parar a la entrada del valle.»
El tal caballero, se espanta de ver cómo duermen hombres y bestias juntos en las casas. Les da la idea de hacer un cobertizo, separado de la casa. Los gaélicos de Corca Dorcha del tiempo del Viejo Canoso alaban la sugerencia y llevan a cabo el plan. «Pero, ay, las cosas no son siempre como uno imagina. Cuando mi abuela, dos hermanos míos y yo mismo llevábamos dos noches en el cobertizo, estábamos tan helados y profundamente empapados que fue un milagro que no desapareciéramos para siempre; y no encontramos alivio hasta que regresamos a nuestra propia casa y estuvimos de nuevo confortablemente instalados entre el ganado. Así hemos estado desde entonces, de la misma forma que cualquier pobrecito irlandés a este lado del país» (pp. 38-39), termina de narrar con lógica gaélica el Viejo a Bonaparte.

Así, desde su nacimiento —«[n]ací con muy poca edad (ni siquiera había cumplido un día); hasta pasado medio año no comprendí nada de mi entorno ni pude distinguir a unas personas de otras. Pero la inteligencia y el entendimiento llegan a su paso, lenta e imperceptiblemente, a cada criatura; y ese año lo pasé tumbado sobre mis espaldas, posando la vista aquí y allá en todo lo que tenía a mi alrededor» (p. 33)—, la miserable vida de Bonaparte en Corca Dorcha va siéndonos descrita en primera persona, con todos los tópicos habidos y por haber elevados a la enésima potencia. Si añadimos a esto la excelente imaginación del autor, que algunos de ustedes quizá hayan podido disfrutar en El tercer policía o en Crónica de Dalkey (2 y 4 respectivamente de la colección Otras Latitudes en esta misma editorial), tendrán un resultado maravilloso, con escenas y relatos que por sí solos merecerían la lectura del libro, con personajes e ideas que si solo pueden ubicarse en Corca Dorcha, la cuna de la miseria genuinamente gaélica, de la lengua genuinamente gaélica, de la vida genuinamente gaélica (que ya se sabe que más que vida es peor que la muerte) hacen de esta tierra imaginaria un universo literario que, en cambio, más que genuinamente gaélico, se convierte en un referente universal, donde un Bonaparte bastante cándido —en el doble sentido de la palabra—, a pesar de convivir con el espabilado abuelo Viejo Canoso, llegará a sorprendernos al tomar él solito una iniciativa para terminar con ese destino gaélico que, un día, comienza a antojársele injusto. Pero, qué inútil es tratar de ir contra el destino. Sobre todo, contra el destino gaélico.

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