
Queridos amigos:
Os informo de que Imago, del Premio Nobel suizo Carl Spitteler es candidato a los Premios Notodo 2009. Podéis votar por este libro en esta web: www.notodo.com/premiosnotodo09


«Todavía creo que existen grietas en la realización artística de la historia —si consideramos forma y contenido separadamente—; una grieta que no existe en El capote de Gógol y La metamorfosis de Kafka.»
Vladimir Nabokov
Los 10 millones de coronas (un millón de euros) del Premio Nobel de Literatura de este año tienen, ahora mismo, cinco posibles destinatarios. Esta tarde, a la una, Horace Engdahl, secretario de la Academia Sueca, sacará al mundo de dudas. ¿Mario Vargas Llosa, Milan Kundera, Philip Roth? ¿El sueco Per Olof Enquist, como dice una encuesta alemana, o ninguno de ellos? No más de cinco ya, en todo caso. Son los que han pasado una criba que se inició hace un año.
En cuanto se conoce un ganador, la Academia pide nuevos candidatos a cerca de 700 personas e instituciones de todo el mundo. Así, 200 nombres pasan a ser objeto de estudio por parte del Comité Nobel, un grupo de cinco miembros encargado de reducir la lista a otros tantos autores. Son los que antes del verano quedan en manos de los 18 académicos (17 este año; hay una vacante), que deciden quién engrosa un palmarés que en 1901 inauguró el francés Sully Prudhomme.
La semana pasada, además, el propio Engdahl caldeó el ambiente con unas declaraciones en las que afirmaba que Europa, y no Estados Unidos, "sigue estando en el centro del universo literario mundial". Un capítulo más en una trayectoria de audacias, suspicacias y errores a la que Kjell Epsmark ha dedicado El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión, un libro sin desperdicio que la editorial Nórdica publicará en España en los próximos días. Epsmark sabe de lo que habla: es académico desde hace más de 20 años y en los ochenta fue presidente del Comité Nobel. Eso sí, sobre los cientos de documentos -informes, contrainformes, listas, cartas- que el premio produce pesa un secreto de medio siglo. Por eso se pudo saber hace dos años cómo se coció en 1956 el galardón a Juan Ramón Jiménez. Alfonso Alegre lo ha contado en Crónica de un Premio Nobel (Residencia de Estudiantes).
En El Premio Nobel de Literatura, Espmark ha resumido más de un siglo en casi 400 páginas llenas de grandes gestos y pequeñas miserias.
- Un testamento. Epsmark insiste en que la historia de la distinción literaria más importante del mundo es casi la de "un intento de interpretación de un testamento poco claro". El del propio Alfred Nobel, que antes de morir en 1896 dictó una cláusula específica para el galardón de letras: que se concediera a quien hubiera producido "lo mejor en sentido ideal". Los dolores de cabeza vinieron siempre de la palabra ideal.
- El candidato perfecto. La Academia Sueca tenía un siglo largo cuando recibió el encargo de gestionar el premio. Era un reducto conservador, de ahí que varios miembros votaran en contra de aceptar la donación de Nobel. De ahí también que la traducción que durante más de una década se manejó para ideal fuera Dios. Así, Tolstói y Zola fueron descartados por heréticos y pesimistas. El "candidato casi perfecto", dice Epsmark, era el británico Rudyard Kipling. Abanderado de la fe, las leyes y la disciplina, ganó en 1907.
- El Nobel global. Consciente de que la literatura iba por un lado (la ruptura) y el Nobel por otro (la tradición), la Academia se renovó después de las incertidumbres de la Primera Guerra Mundial para, en los años treinta, interpretar ideal como popular. Fue el momento de grandes éxitos estadounidenses como Sinclair Lewis y Pearl S. Buck. La Segunda Guerra detuvo el premio durante cuatro años pero marcó el momento de compensar a los innovadores (Gide, Eliot, Faulkner). Los setenta, entretanto, asentaron unos criterios de utilidad que duran hasta hoy. Aparte de la calidad, que se presupone, el galardón debe señalar géneros literarios, idiomas o ámbitos culturales tradicionalmente postergados. Llegaba el Nobel global y se abría la puerta a Asia y África. Y a las mujeres, sólo 11 en 106 años de historia. Cinco de ellas en las últimas dos décadas. La más reciente, Doris Lessing, en 2007.
- El escritor del año. Aunque ahora el Nobel premia toda una carrera, sus estatutos piden que se valoren los trabajos realizados "durante el año anterior". También la idea de literatura es elástica. Lo han ganado historiadores (Theodor Mommsen), filósofos (Bertrand Russell) y hasta políticos (Churchill). Eso sí, Freud fue rechazado por científico. En los años setenta, la Academia dejó por escrito que su premio no era al mejor escritor del mundo -"algo así no existe"-, sino "a uno muy bueno".
- Los españoles. El cuarto Nobel de la historia fue, en 1904, para José Echegaray. Luego vendrían Benavente, Juan Ramón Jiménez, Aleixandre y Camilo José Cela. En Vicente Aleixandre se premió a la generación del 27 en el momento, 1977, de la llegada a España de la democracia. Se pensó en que lo compartiera con Alberti para atender al exilio, pero pesó más el papel del primero como maestro de los jóvenes.
Candidatos españoles hubo más. El más firme de todos ellos, Benito Pérez Galdós. También, Ortega y Menéndez Pidal. El catalán Àngel Guimerà, candidato en 1919, fue rechazado para no ofender a los castellanohablantes.
- Los rechazos. Joyce e Ibsen pagaron su audacia ante una Academia tradicionalista, y Paul Valéry fue el eterno finalista en los treinta. En 1945 se lo iban a dar pero murió. Unamuno era firme candidato en 1935 y ese año no hubo Nobel. Sartre jugó, en 1964, el papel contrario: rechazó el galardón. Luego reclamó el dinero.
- Los políticos. La I Guerra Mundial llenó el palmarés de escandinavos. Así, un premio marcadamente franco-alemán evitaba alinearse. Las lenguas minoritarias siempre han sido un tema peliagudo, pero Espmark recuerda que a veces fueron decisivas traducciones hechas en edición de 18 ejemplares. Lo mismo que Pasternak (1958), Solzhenitsin (1970) o Brodsky (1987) levantaron ampollas en la URSS, Gao Xingjian las levantó en China en 2000. La Academia no responde a las quejas oficiales. En palabras de su secretario: "Con las decisiones del premio pasa como con los besos, no hay que pedir permiso antes ni disculpas después".
Más que un país, Irlanda es una pasión, asociada a la rebeldía nacionalista, las filigranas pugilísticas, las borracheras al límite del delirium tremens y una picaresca necesaria para sobrevivir al hambre y el desempleo. Flann O’Brien (Strabane, 1911 - Dublín, 1966), seudónimo de Brian O’Nuallain, escribió en gaélico su segunda novela, La boca pobre (1941). El título es una expresión popular que refleja la tendencia a insistir en la propia miseria para estimular la solidaridad ajena. Lejos del fervor patriótico, O’ Brien ironiza sobre la conciencia de un pueblo orgulloso de sus raíces (“Nunca habrá nadie como nosotros”), pero que cultiva la autocompasión. Mezclando el lenguaje arcaico y el contemporáneo, reemplaza la figura idealizada del campesino irlandés por otra menos complaciente. Entre el oportunismo y la impostura, el narrador evoca su vida al filo de la muerte, con el propósito de legar un testimonio sobre una lengua y una cultura maltratadas por la historia.
Desde el nacimiento, las calamidades se abaten sobre James O’Donnell, versión anglófila de Bonaparte, hijo de Miguel Ángel, hijo de Peadar y un largo etcétera que caricaturiza los interminables linajes de la Irlanda rural. Bonaparte crecerá rodeado de cerdos y gallinas, soportando la pestilencia y el hacinamiento de una de esas casas ruinosas situadas al borde un paisaje, donde se encuentran –como en la fábula platónica– la Belleza y la Necesidad. Sólo es real la miseria, pues hay miles de casas que presumen de un enclave semejante. La memoria del narrador sólo recoge estereotipos. La visión paródica inspira todo el relato. Los irlandeses no saben contar historias, pues siempre aplazan los hechos para un futuro que jamás acontece. “Ya lo contaré más adelante”. La promesa siempre queda incumplida, no por mala voluntad, sino por una incontrolable inclinación hacia el desorden.
La peripecia de James O’Donnell muestra una innegable analogía con la sucesión de infortunios de los personajes de la picaresca española. Las desgracias parecen responder a un destino, pero en realidad todo es fruto del azar: “si se tira una piedra no se sabe con antelación donde caerá”. O’Brien no respeta nada. Las sociedades creadas para estudiar el gaélico realizan grabaciones ininteligibles, seleccionando como interlocutores a un cerdo y a un viejo borracho. La aspereza con el propio idioma recuerda la ira de Unamuno al enjuiciar el euskera. No hay más indulgencia con la mitología tradicional: la silueta del Gato de Mar, terrorífica bestia legendaria, coincide con la de Irlanda sobre el mapa.
La boca pobre es una pieza satírica que reúne todas las cualidades del género: crueldad, irreverencia, ingenio, retruécanos intraducibles (conviene recordar la excelente traducción del gaélico original), una prosa afilada, reticente a divagaciones poéticas o elucubraciones filosóficas. Una lectura altamente recomendable para los que aún sucumben a la tentación del nacionalismo, atribuyendo al idioma y al mito cualidades sobrenaturales. No es una casualidad que uno de los expertos en gaélico viaje a Berlín para mostrar sus grabaciones. Sin embargo, no siempre se cumple lo que nos dice Aristóteles al inicio de la Ética a Nicómaco: “La amistad es hermosa, pero es más hermosa la verdad”. En el caso de Irlanda, el espíritu demoledor de O’Brien se enfrenta a la poesía de John Ford, que en Un hombre tranquilo (1952) nos regaló algo a lo que es difícil renunciar: el ensueño de un país arcaico, apasionado e irracional. Los formidables puñetazos de John Wayne y Victor McLagen representan esa clase de mentira sin la que el ser humano no puede respirar. O’Brien se identificaba con el sentido común protestante. Tal vez no era un verdadero irlandés.
Rafael NARBONA
En la música de Sigur Rós se puede escuchar la nieve. El tempo de las canciones de este grupo islandés es tan contenidamente lento que inunda al oyente como una avalancha blanca silenciosa. Su música es la nave en la que llega el gran frío y su desembarco, quién sabrá porqué, se convierte en un tsunami ardiente.
El lector aficionado a la música entenderá, al leer El zorro ártico, que este sentimiento islandés en torno al silencio, la intensidad y el frío no es propio de Sigur Rós, ni tampoco de Sigurjón -nombre real del autor, Sjón- sino de la esencia de todos esos 117.000 insulares.
El estilo de la escritura de Sjón a lo largo de este libro, que fue merecedor del prestigioso Premio de Literatura del Consejo Nórdico en 2005, zigzagea al igual que la historia que nos cuenta: la lucha entre el zorro y el hombre que le quiere dar caza.
Sjón es un narrador que viene siendo poeta y escritor de letras de canciones. Suyas son clásicos de su amiga Björk como Isobel,Bachelorette u Oceania. Ya en los tiempos del anterior grupo de la cantante, The Sugarcubes, Sjón coescribió la canción Luftgitar e incluso cantó en ella con el pseudónimo Johnny Triumph y apareció en el vídeoclip cantando y bailando (ver vídeo).La fama internacional le llegó a Sigurjón Birgir Sigurdsson como coautor de las canciones de la película de Lars von Trier Bailando en la oscuridad. Una de ellas, I've seen it all, estuvo nominada al Oscar a la mejor canción en 2001, pero se lo arrebató Bob Dylan.
La editorial Nórdica -"pronto llegará la nieve, se siente en el aire", les gusta decir- propone El zorro ártico como la obra "perfecta para adentrarse en la literatura de los países nórdicos". Utiliza elementos y personajes propios de las leyendas populares del siglo XIX, como el cura rural -el pastor Baldur Skuggason, en este caso- o el zorro, "único depredador de la isla y el único mamífero que habitaba esas tierras antes de la colonización nórdica de finales del siglo IX", explica el traductor, Enrique Bernárdez, en el epílogo.
En este libro aprendemos más allá de la cacería. De la muerte, la crueldad, la supervivencia, los secretos y el aislacionismo. "Ese hombre quiere cazar", nos advierte el zorro de Sjón.
Artículo de Elisa Silió en El País, Babelia
En la enigmática y aislada Islandia, una de cada diez personas publicará un libro a lo largo de su vida. En una Noruega bañada en oro negro, un novelista puede recibir un sueldo vitalicio. En Suecia, ya en 1900, el proletariado organizó su propia red de bibliotecas, convencido de que la educación era la mejor arma frente al poder. Los finlandeses compran de media diez libros al año; y en Dinamarca editar nunca es una ruina porque el Estado compra ejemplares para todas las bibliotecas públicas. Si además se tiene en cuenta que el analfabetismo desapareció en los cinco países escandinavos hacia 1850, no es de extrañar que su producción literaria sea extensa y de calidad.
Al contrario que Francia, que sucumbió a la literatura nórdica contemporánea en los setenta, España le ha dado hasta ahora la espalda, con excepciones como El mundo de Sofía, del noruego Jostein Gaarder -el libro más vendido por Siruela en su historia, más de un millón de ejemplares en 66 ediciones-, o las peripecias del investigador Kurt Wallander, del sueco Henning Mankell, libro que tiene ya en sus estantes un millón de familias. Pero el panorama está cambiando. Los éxitos de Mankell han inundado las librerías de otros títulos escandinavos de similar perfil y, en paralelo, se están editando libros de los que se espera una difusión más modesta y cuyas traducciones al castellano han sido sufragadas por estos países. Basta con contar con los derechos de autor y un currículo editorial para conseguir esta ayuda. "Son conscientes de que con las traducciones se abre un mercado de 400 millones de hispanoparlantes", explica el traductor Francisco J. Uriz.
Este programa tiene casi diez años, pero es ahora cuando las editoriales han recogido el guante con sorprendentes resultados. En 2008 saldrán al mercado quince títulos daneses, una cifra similar de suecos y noruegos, dos islandeses y uno finlandés. Y lo que es más esperanzador para sus intereses, quien se anima a publicarlos repite. Es el caso de Lengua de Trapo, que cuenta en su catálogo con tres noruegos: Kjell Askildsen, Dag Solstad y Kjartan Fløgstad. "Es un proceso lógico. Todos se conocen, comparten generación, se citan...", explica Rocío de Isasa, editora de la colección Otras Lenguas de este sello, que se estrenó con unos cuentos noruegos en 2001.
En 1996 inauguraron su Biblioteca Nórdica en Ediciones de la Torre con una antología de cuentos escandinavos, a la que siguieron una poética y otra de relatos femeninos. "Fuimos pioneros, el problema es que no hemos sido capaces de comercializarlo", se lamenta José María Gutiérrez de la Torre, orgulloso de haber descubierto a Arto Paasilina en 1989 (El año de la liebre). El finlandés está hoy en la cartera de la poderosa Anagrama, que editó Delicioso suicidio en grupo en 2007, acaba de sacar en bolsillo El molinero aullador y adelanta que en otoño pondrá a la venta La dulce envenenadora. "La brutalidad de La naranja mecánica se transforma en Arsénico por compasión con unos pellizcos de Kaurismaki", se resume el argumento en su contraportada.
Muchas veces los editores no pueden leer los libros al desconocer la lengua y se fían de las recomendaciones de los traductores. "Es gente preparadísima. Muchas veces dan clase de literatura", piensa Diego Moreno, editor de Nórdica Libros. Para después del verano prepara tres títulos: Antología de cuentos de Torgny Lindgren, Antología poética de Harry Martinson y El improvisador, de Hans Christian Andersen. Raro es el traductor que no habla todos los idiomas escandinavos, salvo el finlandés, que tiene una raíz muy distinta. A Enrique Bernárdez nunca le asustaron sus grafías y pronunciaciones endiabladas. "Yo aprendí desde una vía muy natural. Estudié Filología Alemana, pero me dedicaba a la lingüística del inglés arcaico. Y como éste se parece al islandés antiguo, di el salto. Y claro, cómo no vas a pasar al islandés moderno y de ahí al sueco, noruego, danés, feroés...".
La comunión entre el hombre y la naturaleza es absoluta y evidente en estas literaturas. Comprensible en unas tierras conquistadas por frondosos e inquietantes bosques, lagos tenebrosos, nieves cegadoras y deslumbrantes fiordos. El escritor y de su mano sus personajes se sienten ante este paisaje insignificantes. Resulta imposible no mezclar lo imaginario con lo real. Así, en Islandia la leyenda dice que los elfos viven en el interior de las rocas y los ventosos acantilados noruegos son dioses petrificados. "Es complicado distinguir uno y otro cuando la naturaleza es tan apabullante. Cómo no van a desconcertar las auroras boreales, unas luces que cambian de color y de sitio en una noche en la que no se pone el sol", se pregunta Bernárdez, traductor de El zorro ártico (Nórdica), del islandés Sjón. En su prólogo, el filólogo descifra algunas claves del folclore de la isla de lava. Se aprende entonces que skuggabaldur es un hijo de gato y zorra que destripa el ganado y que toma su nombre del dios pagano de la luz (skugga) y de las sombras (baldur). La convivencia del mundo verdadero y mágico, prosigue Bernárdez, provoca que "explicaciones retóricas muy rebuscadas se entremezclen con giros coloquiales".
Un temor ante las fuerzas de la naturaleza que no casa con su mente cartesiana. Quizá por eso recurran a la ironía. En Cabeza de perro (Salamandra), de Morten Ramsland, Orejotas, siendo un niño, se pierde en el bosque una noche de auroras boreales y regresa horas después como adolescente. "Su ropa se había quedado pequeña y la sombra oscura que adornaba su labio superior no se iba ni con agua", se lamentaba en estas páginas su madre. En la patria de Ramsland, Dinamarca, el paisaje no es abrupto, sino domesticado y llano. "Lo que marca nuestra literatura es la falta de luz. Hay menos que en Suecia o Noruega porque tenemos menos nieve. De ahí la melancolía", relata Eva Liébana, profesora de Literatura Danesa en la Complutense.
Igmar Bergman no es un verso suelto. Escribir o rodar una película tiene un efecto terapéutico en una sociedad introspectiva que anhela la felicidad. Lideran las listas mundiales de quienes se sienten más afortunados pero, paradójicamente, en Finlandia el suicidio es "casi un deporte nacional", en palabras de un socarrón Paasilinna. "Muchos campesinos viven aislados en medio de sus tierras y no se comunican. Además, no pueden aliviarse a través de la confesión porque en el luteranismo no existe. Hay siempre un sentimiento de culpabilidad. Y aunque ahora las iglesias están vacías, sí se conserva esa mentalidad puritana y austera aunque mezclada con ironía", cuenta Kirsti Baggethun, agregada cultural de la Embajada noruega y cotraductora de muchos libros con Asunción Lorenzo.
Con esta melancolía están escritos los relatos ahogados por la rutina de Los perros de Tesalónica (Kjell Askildsen, Lengua de Trapo); Johannes Climacus, o De todo hay que dudar (Soren Kierkegaard, Alba), la evolución espiritual de un joven que quiere ser filósofo; Las maestras paralíticas (Gudbergur Gergsson, Tusquets), una atípica historia de amor; Caminar o el arte de vivir una vida salvaje y poética (Tomas Espedal, Siruela), un viaje por la literatura y la filosofía; Pudor y dignidad (Dag Solstad), en la que un profesor de secundaria busca sentido a su vida, y Tu mi tú (Christina Hesselhold), erotismo para expresar el ansia de existir, estos dos últimos en Lengua de Trapo.
Y en estas sesiones de diván literario, como es obvio, el peso de la familia es total. Por eso son muchas las novelas que reconstruyen la vida de varias generaciones, marcadas por oscuros secretos -no podía ser de otra manera entre introspectivos- y por su traumática relación con la Segunda Guerra Mundial. Con estos mimbres se escribieron Quien parpadea teme a la muerte (Knud Romer, Minúscula), El hermanastro (Lars Saabye Christensen, Maeva) o Grand Manila (Kjartan Fløgstad, Lengua de Trapo en octubre).
"Estos escritores anticiparon problemas que están sucediendo en nuestras sociedades hoy, como la crisis de la socialdemocracia, del Estado de bienestar", razona Moreno. Sin ir más lejos, en Muerte de un agricultor (Nórdica), del sueco Lars Gustafsson, el protagonista se quejaba en 1978 de que la región "estaba siendo tratada como una cantera de materias primas, una especie de despensa de la que se saca todo sin poner en ella nada".
Una denuncia social que sigue latente en las novelas de la región, incluidas las policiacas, aunque Mayo del 68 quede lejísimos. "Hay que utilizar los crímenes o los delitos como un espejo de la sociedad", dijo el pasado marzo Mankell en una entrevista publicada en este diario. En otoño llegará una nueva entrega, El chino (Tusquets). El asesinato brutal de 19 personas es el punto de partida. El sello catalán calienta motores publicando en bolsillo los casos de Wallander y Moriré, pero mi memoria sobrevivirá, una reflexión sobre el sida. Siruela es la encargada de sus creaciones para un público juvenil.
Pero hay que remontarse a 1965 para encontrar en el suspense el compromiso social. Durante diez años un matrimonio de periodistas, Maj y Per Söwall, revolucionó el género policiaco sacando las miserias del Estado de bienestar sueco. Diez libros que en orden cronológico publica RBA. Tres de ellos -El hombre que se esfumó, Roseanna y El hombre del balcón- ya han visto la luz junto a Petirrojo, de Jo Nesbo.
Un millón de franceses que ya saben que en Suecia no todo es almíbar gracias a la trilogía Millennium. En el primero, Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino), Stieg Larsson separa sus capítulos con cifras escalofriantes: en su país, el 46% de las mujeres ha sufrido violencia machista y un 92% de los abusos sexuales no son denunciados a la policía. La editorial planea sacar los otros dos tomos en 2009.
Larsson murió en 2004 y hay quien se plantea si fue asesinado por los grupos nazis que investigaba. Un rompecabezas que se queda corto en comparación con el expuesto por su compatriota Anders Leopold en Det svenska trädet skal fällas (El árbol sueco debe ser derribado) que no ha sido editado en España. En él defiende que el presidente Olof Palme murió en 1986 a manos de Roberto Thieme, el ex agente de la Dirección de Inteligencia Nacional chilena (DINA) y yerno de Augusto Pinochet. El argumento no es kafkiano pues se basa en informes de los servicios secretos suecos.
Mucha novela negra ha sido escrita por mujeres que dedican espacio a los problemas cotidianos y humanizan a los personajes. De Anne Holt, ex ministra de Justicia de Noruega y reina de los bajos fondos junto a Mankell, es Crepúsculo en Oslo (Roca Editorial). Mientras, la joven Camilla Lackbërg convirtió La princesa de hielo en 2007 en un best seller y ahora repite con Los gritos del pasado (Maeva). Sobre los márgenes de la muerte habla la noruega Karin Fossum en Una mujer en tu camino (Mondadori), y acerca del dolor y la culpa, la danesa Ida Jessen en Lo primero que me viene a la cabeza (Lengua de Trapo), novela programada para octubre. Los hombres también tienen algo que decir. Christian Jungersen reflexiona sobre el origen de la crueldad en La excepción (Mondadori), mientras Kurt Aust sitúa en París la trama de La hermandad invisible (Destino).
Bassarai y Libros del Innombrable importan su poesía que, asimismo, influye en la española. Lo sostiene el poeta Carlos Pardo, que cada año invita a nórdicos a Cosmopoética, el festival de poesía de Córdoba: "Son los que más éxito tienen. La gente se asombra porque parecen muy elegantes pero son unos macarras". Los más elogiados, Aspenstrom, Tranströmer y Ekelot, que tienen su público entre los poetas de menos de cuarenta años. "Se leen, se comentan y se citan en antologías. No tanto por su lenguaje directo sino por su componente abiertamente político sin ser panfletario. Además, son capaces de crear unas imágenes vanguardistas pero naturales y nada recargadas". Un botón, los versos de Aspenstrom: "La sardina quiere que la lata se abra hacia el mar".
El desembarco continuará en otoño.
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Dinamarca es un país incapaz de mantener una ambición duradera. Pese a su hegemonía en el Báltico y a una monarquía casi tan antigua como la japonesa, la vacilación está profundamente enraizada en la identidad nacional. Premio Nobel en 1944, Johannes V. Jensen (Jutlandia, 1873-Copenhague, 1950) afirmaba que Shakespeare no obró al azar cuando escogió el reino de Dinamarca para ambientar la tragedia de Hamlet. Jensen elaboró sus Poesías (1906) inspirándose en Walt Whitman, pues entendía que el origen de una nación sólo puede reconstruirse mediante el mito. Su objetivo no era establecer la verdad histórica, sino la verdad esencial de un pueblo con el impulso necesario para constituir la Unión de Kalmar, un pequeño imperio compuesto por los tres reinos nórdicos (Dinamarca, Suecia y Noruega), pero sin esa confianza en sí mismo que caracteriza a las grandes civilizaciones. Para Jensen, Dinamarca es una combinación de valor y apatía, dos rasgos que no pueden coexistir sin desembocar en la decadencia.
Esta interpretación del carácter nacional se plasma en La caída del rey, un relato que oscila entre lo épico y lo decadente. Christian II, rey de Dinamarca y cuñado de Carlos V, actúa con el realismo político de César Borgia. Su guía de gobierno no es la Educación del Príncipe cristiano, de Erasmo, sino El Príncipe, de Maquiavelo. Es el último rey danés que sometió Suecia y Noruega, pero su crueldad precipitó su caída. Apodado Christian el Tirano, perdió el trono y murió en el exilio. Jensen recrea su peripecia por medio de Mikkel Thogersen. Christian II es pura voluntad, un espíritu lleno de determinación que no cree en el destino, sino en la fuerza del espíritu. La derrota sólo es definitiva cuando la muerte impide empezar de nuevo.
Identificado con el “nuevo realismo” del “grupo jutlandés”, Jensen escribe con una prosa desnuda, de fibra épica, pero sin excesos retóricos; lírica en la descripción del paisaje e introspectiva en su estudio de la condición humana. La caída del rey es una novela histórica, que rebasa las limitaciones del género. Al igual que en las novelas del irlandés Liam O’Flaherty, la historia de una nación adquiere la vitalidad de los Arquetipos. Sin falsificar la realidad, consigue transformar los hechos en figuras intemporales, con la intensidad necesaria para trascender lo particular. En La caída del rey, la ambición, la malicia, la ebriedad del poder, la esperanza, el desencanto, la dignidad en el exilio, no son aspectos del devenir de Dinamarca, sino experiencias universales, que conciernen a todos los países y épocas. La fidelidad de Mikkel Thogersen a Christian II se convertirá en desengaño, revelando una vez más que los sueños imperiales sólo causan la desgracia de los pueblos. No es una mala lección para los tiempos que corren.